El pianista y compositor norteamericano George Antheil, el autor del famoso y provocador Ballet mecánico, se codeó en París con James Joyce, Ezra Pound, Ernest Hemingway, Man Ray, Erik Satie y Pablo Picasso, entre otros escritores y artistas. Algo más tarde, patentó junto a la actriz e inventora Hedy Lamarr una versión inicial de un sistema de comunicaciones en salto en frecuencia, remoto antecesor de nuestro querido WiFi. Pero para sobrevivir a la crisis del 29, se vio obligado a escribir novelas de suspense, trabajar de periodista e incluso de corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial.
También norteamericano era John Cage, compositor de talento, y también crítico, poeta, maestro, escritor, conferenciante y especialista en setas, entre unas cuantas cosas más. Compatriotas suyos fueron William Billings, un músico cuyo oficio era el de curtidor, John Alden Carpenter, compositor y próspero hombre de negocios, y Charles Ives, que ganó una fortuna vendiendo seguros. Pero ser compositor y músico a tiempo parcial no era una exclusiva de los estadounidenses ni mucho menos. El compositor renacentista Tielman Susato fue un floreciente editor de Amberes, y el alemán E.T.A. Hoffmann un empresario, abogado y funcionario municipal que dedicó parte de su tiempo a la composición empujado por su admiración por Mozart. También alemán era el astrónomo Wilhelm Friedrich Herschel, descubridor de los casquetes polares de Marte y de la existencia de Urano, además de compositor y organista en sus ratos libres. Incluso el célebre filósofo francés Jean Jacques Rousseau compuso algo de música entre pelea y pelea con Voltaire. Y qué decir de los rusos? Borodin fue un respetado químico, Balakirev oficial de los ferrocarriles, Cui, ingeniero experto en fortificaciones y general del ejército en el que Mussorgski llegó a ser teniente del prestigioso regimiento Preobrazhenski, y Rimski-Korsakov oficial de la Armada Imperial Rusa.
Nacido en 1887, el compositor e ingeniero sueco Kurt Magnus Atterberg fue examinador de patentes en la Oficina de Patentes de Suecia desde 1912 hasta su jubilación con 80 años, en 1968. En su juventud, además de graduarse en ingeniería eléctrica, Atterberg estudió composición musical y dirección de orquesta. Y le dio tiempo de estudiar violonchelo, instrumento que posteriormente tocaría ocasionalmente en algunas orquestas. Esta joya de hombre fue uno de los mayores impulsores de la música sueca, siendo co-fundador y presidente de la Sociedad de Compositores Suecos y secretario de la Real Academia Sueca de Música, además de trabajar como crítico en el periódico Stockholms Tidningen.
Entre las obras de Kurt Atterberg encontramos nueve sinfonías, nueve suites orquestales, tres cuartetos de cuerda, cinco óperas, dos ballets y mucha música incidental para teatro. Entre ellas destaca sobre todo la compuesta para la obra del dramaturgo Maeterlinck, Soeur Béatrice, que aparece reunida en la Suite para viola, violín y orquesta de cuerda núm. 3, op. 19/1, obra formada por tres movimientos, Preludio, Pantomime y Vision, de la que hoy os traemos el tercero. En cada uno de ellos, la viola y el violín actúan como instrumentos solistas, dialogando entre sí y con la orquesta en pasajes que recuerdan la música de finales del siglo XIX, por la que Atterberg sentía tanta admiración como por los rusos, Brahms y Reger.