El 6 de enero de 1906, en la Salle Érard, situada en el número 13 de la rue du Mail de París, la Sociedad Nacional de Música celebró un concierto en el que se interpretó, entre otras obras Miroirs de Maurice Ravel, una colección de cinco piezas escritas para piano en un estilo tan novedoso que desconcertó a los oyentes. Ésta tuvo como intérprete a un buen amigo del compositor, Ricardo Viñes, pianista catalán muy solicitado en aquellos años. Ambos, compositor e instrumentista, formaban parte de Los Apaches, un grupo de músicos, escritores y artistas que compartían, entre otras, su devoción por la ópera Pelléas et Mélisande de Claude Debussy.
Ravel dedicó los cinco movimientos de la obra a otros tantos miembros de los Apaches: Noctuelles, Mariposas nocturnas, al poeta Léon-Paul Fargue; Oiseaux tristes, Pájaros tristes, al pianista Ricardo Viñes; Une barque sur l’océan, Una barca en el océano, al pintor Paul Sordes; Alborada del gracioso, al crítico musical Michel Dimitri Calvocoressi, y La Vallée des cloches, El Valle de las Campanas, al compositor Maurice Delage, discípulo de Ravel.
La cuarta de estas piezas, la Alborada del gracioso, se titula originalmente así, en castellano, y es una de las muchas partituras compuestas por Ravel en las que alude a temas españoles. En nuestro caso, el gracioso es aquel personaje de nuestro teatro de comedia del Siglo de Oro que guiña el ojo al espectador buscando su complicidad y que se caracteriza su ingenio y socarronería, características tan españolas como el rasgueo de una guitarra.
A la escritura para piano le seguiría el importante trabajo de orquestación de este trozo, el más elaborado del grupo, que fue realizado doce años después por el propio Maurice Ravel para ser estrenado el 17 de mayo de 1919 en París, como poema orquestal que suele oírse por separado, por Rhené Baton.