Exceptuando diecinueve canciones, cinco obras de cámara y media docena de obras concertantes, toda la obra de Chopin es para piano. Su aportación es esencial para el piano romántico. En primer lugar porque abre la técnica pianística a nuevos horizontes y posibilidades. En este aspecto cabe destacar su colección de Estudios, obras que conservan el doble carácter para la que fueron compuestas, piezas para el aprendizaje del piano, y obras para los conciertos.
Además, salvando algunas obras de juventud y algunas obras de circunstancia, Chopin mantuvo a lo largo de toda su vida un nivel de altísima perfección técnica y calidad estética. Todo, tanto en formas clásicas o serias como las sonatas, como en las formas más cercanas al mero consumo del salón burgués, como valses o mazurcas.
Como el preludio o la fantasía, el Impromptus está enfocado como una improvisación, un solo movimiento fruto de la inspiración libre del compositor, dicen, como si la música naciera en el teclado en el acto de escucharla. Los Impromptus más tempranos son los de Schubert, aunque a diferencia de los de éste, los de Chopin son más reposados. En cualquier caso, el plan de estas obras obedecen a algo muy simple, tres partes con un episodio central casi siempre más lento y melancólico.
Chopin escribió 4 Baladas, 4 Scherzi y 4 Impromptus. De estos últimos, el número 4 es su Op. 66 en Do sostenido menor bien conocido como Fantaisie-Impromptu. Es el más antiguo de los cuatro, de 1835, aunque fue publicado póstumamente: el compositor no quiso que llegara a ver la luz, quizás por ser demasiado parecido al Impromptu Op. 89 del compositor alemán Ignaz Moscheles, o quizás porque en el manuscrito figuraba “compuesto para la la Baronesa d’Este, inscripción que algunos han interpretado como que la citada dama había encargado la obra para su uso exclusivo. Sea por la causa que sea, la Fantaisie-Impromptu sólo fue publicado en 1855 por su buen amigo, el editor Julian Fontana.