Classical

De Mahler todo. Y entre todo, nada como la novena y su adagio

Quien escucha el adagio de la Novena Sinfonía Mahler comprende que más que esperar la muerte, el compositor esperaba la vida eterna.

A pesar de que había nacido en Moravia, los austríacos consideraban a Gustav Mahler como bohemio. También es verdad que los bohemios los consideraban austríaco, que los alemanes lo veían a veces como austriaco y a veces, simplemente, como judío, mientras que los judíos lo tomaban como cristiano, pues siendo judío se convirtió al catolicismo.

Sin embargo, después de ser injuriado como decadente anti-alemán, judaizante, antiartístico, criminal, mono judío y colmo de la desvergüenza, entre otros insultos, a la luz de su música comprendemos que Mahler superó todas las fronteras. Que en realidad, Mahler no era ni austriaco ni alemán, ni judío ni católico, sino un genio absoluto, la apoteosis del hombre, el espíritu universal que supo exponer como nadie los secretos más íntimos del ser universal.

Durante mucho tiempo, Gustav Mahler dudó en atribuir el ordinal novena a una de sus sinfonías. Nueve era el número funesto con el que habían acabado sus producciones sinfónicas Beethoven, Schubert y Bruckner. Aunque pudo, no situó como Novena a Das Lied von der Erde -El Canto de la Tierra-, el ciclo de seis canciones en forma de sinfonía que siguió a su Octava Sinfonía o Sinfonía de los Mil. No, no lo hizo supuestamente debido al temor supersticioso del compositor respecto a la maldición de la novena sinfonía. Su temor finalmente se confirmó: su Novena también fue su última sinfonía terminada.

Compuesta entre 1908 y 1909, la crítica más exigente ven en la Novena Sinfonía la prolongación natural del Canto de la Tierra y la definen como su canto del cisne. La obra parece inspirada en una meditación sobre la muerte y la brevedad de la vida en la tierra, sentimiento quizás influido por la sensación de que su tiempo en la tierra se acababa y que la muerte andaba muy cerca. Presentimiento relacionado con las experiencias extremas vividas por Mahler un año antes de la composición de la Novena: el duro golpe que supuso la muerte, con poco más de cuatro años de edad, de su primogénita Maria Anna, y el diagnóstico clínico de que padecía una grave enfermedad de corazón. Además, poco después del estreno, Alma Mahler conoció y convirtió en su amante al arquitecto Walter Gropius, con el que terminaría casándose tres años después de la muerte de Mahler.

Ese adiós último de Mahler a todo lo que él amaba y al mundo se observa particularmente en el último movimiento, un sublime adagio que no por ser infinitamente doloroso es menos bello. La Novena Sinfonía de Mahler es una obra particularmente original en su producción sinfónica, entre otras cosas, porque su último movimiento es, como en la Tercera, un Adagio. Decía el director holandés Willem Mengelberg que, de algún modo, quien escucha el adagio de la novena comprende que Mahler, más que esperar la muerte, esperaba la vida eterna. Por eso, precisamente por eso y no por nada más es por lo que si nos preguntaran a muchos aficionados con cuál de todas las obras de Mahler nos quedaríamos en el caso de poder quedarnos con sólo una, muchos responderíamos que con la Novena Sinfonía.

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