En el siglo XVII, mientras que en Francia e Inglaterra se empleaba principalmente como instrumento para el teatro y la danza, en Italia el violín irá adquiriendo una importancia cada vez mayor por sí mismo, convirtiéndose en destinatario de un repertorio propio que se convertirá en el eje de la música de cámara. Ejemplo de su importancia es que en la segunda mitad del siglo, el norte de Italia, con ciudades como Bolonia, Módena, Bérgamo, Brescia, Cremona y Venecia, continuó aportando los compositores para violín más importantes, además de que los mejores instrumentos de cuerda se fabricaban en los talleres de Nicolò Amati, Andrea Guarneri, Carlo Bergonzi, Matteo Goffriller, Carlo Giuseppe Testore, Giovanni Grancino, Giovanni Tononi y -como olvidarnos- de Antonio Stradivari, todos ellos en las mismas ciudades.
La formación y carrera de los compositores para cuerda más importantes siguieron generalmente la pauta del maestro di cappella. Dentro de una extensisima primera generación, de una exquisita calidad tanto como compositores como instrumentistas, se encuentra Maurizio Cazzati que desarrolló al completo su profesión alrededor de los conjuntos eclesiásticos de San Pedro de Guastalla -su ciudad natal-, San Andrés de Mantua, la Academia de la Muerte en Ferrara, Santa María la Mayor en Bérgamo y San Petronio en Bolonia. Notable compositor, a él y a discípulos como Giovanni Battista Vitali se debe el progreso que en aquella época experimentó la sonata en trio hasta convertirla en el tipo más común de sonata en el barroco tardío. Sonata que recibe su nombre de las tres partes escritas, aunque a menudo sea tocada por cuatro o más músicos.
Además de la sonata, compuso nuevas formas como la Canzona y el Capriccio, además de formas de variación como la Folía, la Romanesca o la Chacona. De esta última, dejamos hoy buena muestra con esta chacona que toca la laudista austriaca Christina Pluhar acompañada por el essemble L´Arpeggiata.