Jamás estuvo en España pero como otros muchos compositores, Rimsky-Korsakov no pudo escapar a la influencia de su música popular. Entre estos cabría destacar, como no, a los franceses -Ravel, Debussy, Bizet, Chabrier, Lalo-, pero también a otros nacidos aún más lejos como el italiano Luigi Boccherini, el austriaco Hugo Wolf, o el compatriota de Rimsky-Korsakov, Mikhail Glinka.
Aplicada especialmente a una forma especial de pieza para teclado del siglo XVII, un Capriccio es una pieza de forma libre, ligera y muy vivaz. Fuertemente atraído e inspirado por la música ibérica, no se sabe con seguridad la fecha en la que Nikolai Rimsky-Korsakov comenzó a componer el Capricho español, op. 34 pero si dónde y cuándo la terminó, el 23 de julio de 1887 en la ribera del lago Nyelay, según consta al final de la partitura original y como reconoce el autor en su autobiografía Crónica de mi vida musical. Durante ese verano, Rimsky-Korsakov estuvo dedicado a la orquestación de la ópera de Borodin El Príncipe Igor, trabajo que interrumpió para escribir el Capricho español a partir de los bosquejos que había hecho de una fantasía para violín sobre melodías españolas.
Pensaba que el Capricho debía brillar con deslumbrantes colores orquestales...y no ser equivocó. Apenas tocado el primer movimiento en el primer ensayo de uno de los conciertos de la Sociedad Musical Rusa, la orquesta entera lo aplaudió y lo mismo ocurrió cuando tocaron los demás movimientos. Su estreno, el 31 de octubre en San Petersburgo, resultó un éxito gracias a que la obra fue interpretada a la perfección y, a pesar de lo extenso de la obra, el público pedía insistentemente su repetición. Más tarde reconocería que el Capricho era una pieza indudablemente superficial, pero vivamente brillante para todos. Con muchos momentos deslumbrantes y memorables, el Capricho español sigue siendo una de las piezas favoritas del público y de las más elegidas por directores y orquestas cuando desean lucirse.