Un 25 de febrero el cielo se abrió. Era el año 1943 y era Liverpool y por entre las nubes vino el sol y con él llegó George Harrison. Aún hubo que esperar algún tiempo para que el mundo entero le conociera. Primero se tuvo que criar en la modesta casa de sus padres, una humilde vivienda situada en un callejón en Wavetree, un suburbio de Londres. Allí, en el 12 de Arnold Grove, estaba el hogar del señor Harold Harrison, un ex marino reconvertido en conductor de autobús, y de su familia. Nadie podía imaginar entonces que setenta y tantos años después miles de personas acudirían a visitar aquel lugar para acercarse, de alguna manera, a George Harrison, a su espíritu. Tal vez ese gesto sólo sirva para satisfacer una absurda ilusión o por un absurdo ritual de caducos mitómanos. Simples tontunadas de seguidor incondicional.
Cuando Harrison tenía 12 años sufrió una nefritis y tuvo que pasar algún tiempo en el hospital. Alguien, bendito sea, le dio unas pocas libras y con ellas George le compró a un compañero de colegio una Egmond, su primera guitarra. Aunque era bastante mala le sirvió para aprender los primeros acordes y, sobre todo, para descubrir que aquello le gustaba mucho. Luego adquirió otra mejor y junto a su hermano Peter y un amigo formó su primera banda, The Rebels. Con ella tocaba lo que casi todos los grupos ingleses por aquella época, y más si eran de la rivera del Mersey: skiffle. Al mismo tiempo iban descubriendo las músicas que llegaban desde el otro lado del Atlántico. Unos años apasionantes.
El 6 de febrero de 1958 George Harrison vio por primera vez a The Quarrymen y tuvo claro que quería ser parte de aquello. Con el apoyo de Paul McCartney y cierta reticencia de John Lennon (¡es demasiado joven!, decía él, que tenía dos años y medio más), Harrison entró en aquella formación por la que desfilaron varios músicos hasta que con la llegada del bajista Stuart Sutcliffe y del batería Pete Best se estabilizó y se convirtió en The Beatles. Después vino la aventura alemana, el viaje a Hamburgo, los conciertos en el Top-Ten, su deportación por ser menor de edad, el regreso, Ringo y el comienzo de una gran historia: The Beatles.
Además de su contribución infinita a los Fab Four, Harrison dejó un legado impresionante, humana y musicalmente. Un puñado de canciones eternas (algo más que un puñado, la verdad), de discos excelentes y un sonido de guitarra inolvidable.
“El día se volvió gris y el cielo se desgarró. Llovió durante un año hasta que se humedeció mi corazón”, así de descorazonadora empieza la canción “Blow Away” de George Harrison, el Beatle tranquilo. Un tema publicado como single en febrero de 1979 y que daba título a su octavo álbum en solitario. Pero Harrison siempre encontraba un lugar para la esperanza y en esta composición tampoco iba a faltar. Por eso añadía que un golpe de viento se lleva las nubes, el cielo se aclara y vuelve a salir el sol. Y cantaba “Todo lo que tengo que hacer es amarte, todo lo que tengo que hacer es ser feliz”. Es la música de George Harrison.
Day turned black, sky ripped apart
Rained for a year 'til it dampened my heart
Cracks and leaks
The floorboards caught rot
About to go down
I had almost forgot.
All I got to do is to love you
All I got to be is, be happy
All it's got to take is some warmth to make it
Blow Away, Blow Away, Blow Away.
Sky cleared up, day turned to bright
Closing both eyes now the head filled with light
Hard to remember what a state I was in
Instant amnesia
Yang to the Yin.
All I got to do is to love you
All I got to be is, be happy
All it's got to take is some warmth to make it
Blow Away, Blow Away, Blow Away.
Wind blew in, cloud was dispersed
Rainbows appearing, the pressures were burst
Breezes a-singing, now feeling good
The moment had passed
Like I knew that it should.
All I got to do is to love you
All I got to be is, be happy
All it's got to take is some warmth to make it
Blow Away, Blow Away, Blow Away.
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