Fotógrafa de 31 años, nace en el seno de una familia humilde, de artistas y músicos. Hoy camina en un remolino irrefrenable de retos y aventuras, todas ellas con el reloj exigente que la mira y presiona sin descanso. Sin duda ha conseguido crear su propio lenguaje visual a través de la imagen. Modelando, así, un código personal formado por colores, miradas y, en general, una estética cuidada al detalle que transporta a todo el que mire una de sus obras a otro mundo, en el que todo encaja, es más efímero, radical y extraño.
Desde niña, y de la mano del talento de su padre como pintor, conoce sus primeras pasiones por la imagen y el arte. Él, precisamente, le regaló su primera cámara cuando estudiaba bachillerato artístico y a partir de ahí surgió todo, simplemente se dejó llevar y no ha podido parar hasta el momento...
“Me encanta todo el proceso que supone abordar una producción fotográfica, me lo paso realmente genial buscando ideas y generando atmósferas, contando pequeñas historias y creando mi propio universo gráfico. El retrato, con la carga emocional y psicológica implícita que contiene, siempre ha sido el terreno que más me ha estimulado, pero llevo ya una larga temporada realizando producciones de moda y he descubierto que me encanta trabajar en equipo, aprendo muchísimo. Además llevo unos meses "enredando" con el video y estoy absolutamente alucinada con las posibilidades que ofrece la imagen en movimiento.”
Trazando un esbozo del que sería un mapa de sus grandes coordenadas y referentes hablaríamos de Chadwick Tyler, Gregory Crewdson, Nick Knight y Dora Maar; todos ellos artistas que van y fueron más allá, como Montoya, buscando la auténtica esencia de la realidad con la belleza como única herramienta entre las manos.
“Hay ocasiones en las que me dejo llevar por cómo me siento y dejo que salgan mis fantasmas y otras veces me muevo por puro deleite estético. Creo que la narrativa de una imagen es tan versátil que las interpretaciones pueden ser infinitas”.
Siente una especial predilección por la sinergia entre la mujer y el entorno natural, es como una obsesión que le ha perseguido desde siempre. La pintura prerrafaelista también ha sido uno de sus grandes caudales de reflexión y referencia, las atmósferas inquietantes, el surrealismo y claro, la vida misma, el imparable y opaco día a día.
El sector gráfico editorial también hace de ella las delicias a cada rato, le apasiona porque gracias a la inmersión en este terreno ha conocido el trabajo de muchos artistas, y ha forjado un proyecto personal con otros compañeros a los que admira muchísimo: Mario Izquierdo, Alejandro Bazal y Alejandro Meitín. Este último, estilista y director de arte de su última producción de moda para la revista Doze Magazine, que contaba con la colaboración como collagista del siempre evocador, Ashkan Honarvar.
Para ella colgarse la cámara, avanzar por la calle, por el campo y centrar su mirada en el objetivo es un evento, un acontecimiento hasta diríamos terapéutico; la transporta y la permite olvidar el resto del planeta. Se abre un universo paralelo en el que es 100% ella misma, sus ideas, sus emociones y su cámara son libres entonces.
Un consejo que en su día recibido del gran Poe "Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche". Esas palabras siempre la acompañan.
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