Leonor Waitling a veces se pierde en un laberinto de palabras, divaga suavemente y lo hace de una manera que cala, traduciendo a palabras todo aquello que en ocasiones muchos nos imaginamos y no sabemos explicar. Ella lo consigue, quizás porque tiene un don. Por eso, al preguntarle si hay algún súper poder que desearía tener elige saber tocar todos los instrumentos y hablar todos los idiomas del mundo. Porque el encanto ya lo posee y no necesita ninguna dosis extra.
Es una mujer que adora las dualidades, mitad gaditana mitad inglesa, cantante y actriz, “no sé por qué, quizás sea porque me he acostumbrado a no elegir o a lo mejor vengo así de serie y directamente no sé elegir”. Cuando le preguntamos cómo es cuando se baja de los escenarios y se apagan las cámaras ella se ríe recordando una frase que ha escuchado recientemente “si quieres saber cómo eres pregúntale a otro” y contesta que “es imposible tener una opinión sobre uno mismo, depende de la hora del día puede ser lamentable o maravillosa, pero nunca es verdad”.
Arrolladora y con una energía pausada pero siempre latente, a Leonor Watling le fascina inventar mundos e historias donde no existía nada y conmover a un público que puede estar sentado en un teatro o en una sala de cine. “Como actor te abandonas, al equipo, al director, al guion y al personaje, dejas de ser tú. Y en la música es todo mucho más inmediato, estás en directo, en un teatro y es puro presente”. Es esa inmediatez con la que ella más se identifica, ya que admite que tiene un tipo de energía que le lleva a hacer las cosas en el momento, a plasmar las ideas según le llegan, como una cerilla que se prende y se consume al instante, desapareciendo pero dejando un recuerdo eterno.
Confiesa que le encantaría escribir algo más largo que la letra de una canción, y mientras lo hace le brillan los ojos, “pero a lo mejor es que todavía no tengo nada que contar que necesite más de 1 estribillo y 3 estrofas”. Pensativa, admite “me dan mucha envidia esos escritores a los que según lees te das cuenta de que han disfrutado escribiendo. Llegar a un párrafo y pensar: esto lo ha escrito porque se lo estaba pasando tan bien que no quería parar”.
Mientras tanto, aparcando la novela de momento, saca toda su creatividad con la fotografía y el dibujo, aficiones relacionadas con el arte que cree que todo el mundo debería practicar sin necesidad de dedicarse a ello profesionalmente, “te das cuenta de que dejamos de hacer cosas porque no son útiles y no tienen un fin, cuando en realidad el fin es el fin en sí mismo”.
Puede pasarse horas escuchando Radiohead sin abrir los ojos, y adora la comedia y los musicales. Hace mucho tiempo que aparcó los dramas porque es demasiado empática, aunque en su lista de películas favoritas se encuentran El cielo sobre Berlín, Una historia verdadera, Cantando bajo la lluvia o High Society y le deslumbra el poder hipnotizador que tienen algunos fotogramas, hasta el punto de hacer viajar al espectador sin necesidad de que este se mueva de la butaca. Cuando habla de inspiración afirma que llega un momento en que no te basta con haber escrito las canciones, “crees que te vas a quedar tranquilo, pero son cosas que hasta que no escucha alguien no se acaban, y una vez que lo han escuchado todavía te quedan muchas cosas que decir, entonces es un ciclo que se alimenta a sí mismo”.
Se nota que es perfeccionista y, como a cualquier artista, un premio de la profesión le haría una ilusión increíble: “un Óscar, un Goya, un Grammy… ¡por qué no!”. Y en lo vital reconoce que el mayor premio que le pueden dar es no haberlo hecho demasiado mal con sus hijos, “acabarán yendo a terapia, pero por lo menos me gustaría que tengan las armas necesarias para ser felices”, bromea. A Leonor no le gustan los aviones pero ha conseguido que sus películas y canciones viajen a todas partes sin detenerse ante ningún obstáculo, aeropuerto o aduana. Flotando en el aire, esperando a ser vistas y escuchadas por aquellos que buscan algo singular y extraordinario.