El tiempo avanza segundo a segundo sin atender a razones ni excepciones y Carlos Rosillo, CEO de la firma Bell & Ross, lo sabe muy bien. Desde 1992, año en el que la marca comenzó su andadura en el mercado, su reloj –o, mejor dicho, sus relojes- no han dejado de medir éxitos, reconocimientos y pasos hacia delante. Eso sí, siempre sin perder de vista el pasado.
Quizás la magia del tiempo resida en que es un elemento que siempre ha estado presente pero aún no hemos sido capaz de manejar. Puede que por esa incapacidad de controlarlo, nos conformemos con medirlo, o con coleccionarlo, como hacían en los años ochenta Carlos Rosillo y su amigo y socio Bruno Belamich, diseñador de la marca.
Bell & Ross es el resultado de la unión de varias pasiones. La primera de ellas, la ilusión y la apuesta personal de dos jóvenes que convirtieron un proyecto soñador en una de las firmas más exclusivas del mercado relojero. Carlos Rosillo confiesa que “cuando tienes pasión, tienes energía para ir hacia delante y no necesitas más, no lo piensas”.
Los inicios de este binomio Belamich-Rosillo no fueron sencillos, de hecho, los primeros relojes que diseñaron como proyecto para la universidad de Bruno –y para los que Carlos planificó una estrategia financiera- fueron rechazados y tachados de “demasiado realistas”. Irónicamente, estos fueron los mismos modelos que posteriormente saldrían a la luz manufacturados por Sinn, una compañía alemana fundada por el piloto Helmut Sinn, quien según cuenta emocionado Carlos Rosillo “fue como un padre espiritual para nosotros”. Con él desde el primer momento “compartimos una visión muy común de las cosas y sin su ayuda no hubiera sido posible llevar a cabo el proyecto”.
La idea y el afán de “convertir el tiempo en algo atemporal” es lo que ha empujado a Bell & Ross a mantener en todos sus modelos una estética vintage que nos evoca los inicios de la relojería, ya que “si entiendes la historia sabes de dónde vienes y a dónde vas” afirma Carlos Rosillo. Él mismo confiesa que no les asustó en ningún momento no tener una tradición relojera detrás como la mayoría de la competencia porque esto les ha permitido una “libertad de creación” que quizás de otra forma no hubieran tenido.
Una libertad que tomó como base algo tan imprescindible en aviación como los elementos de la cabina de control, y los convirtió en el corazón mismo de sus relojes. Bell & Ross ha descubierto la maestría del tiempo y Carlos Rosillo, después de pensarlo unos segundos, afirma rotundamente que el único valor al que nunca renunciarían sería a la visibilidad, ya que el reloj debe ser concebido como un objeto artístico, técnico y simbólico pero por encima de todo, funcionalista.