A principios del siglo XX, muchos europeos, de izquierdas y de derechas, mostraban su inclinación por las nuevas tendencias revolucionarias, el comunismo y el fascismo. Tanto unos como otros se presentaban como portavoces de un mundo nuevo que debía abandonar la parálisis de la democracia parlamentaria y la mezquindad mercantilista del capitalismo. Rehenes de los judíos y de la plutocracia financiera internacional, las democracias liberales se habían convertido en símbolos de lo viejo y se las acusaba de resistirse al nuevo Estado total. Pero hubo un hombre que mostró su escepticismo hacia aquellas ideas. Admirador de la tradición liberal británica, se decía que era un conservador pasado de moda que no comprendía los nuevos tiempos. ¡Y tanto que los comprendía!
Sir Winston Leonard Spencer-Churchill nació en el seno de una familia aristocrática descendiente del heroico Duque de Marlborough, cuyos miembros tenían el privilegio de nacer en un palacio en medio de la campiña de Oxfordshire. Después de disfrutar de una noble infancia comenzó sus estudios en Harrow, una de las mejores escuelas masculinas de Londres, un lugar que no disfrutó demasiado entre acusaciones de indisciplinado, glotón y desordenado. Como cualquier joven aristócrata, al terminar sus estudios tuvo que elegir entre el clero, el ejército o la política. En 1893, tuvo que realizar el examen de acceso tres veces para entrar en la Real Academia Militar de Sandhurst. Cinco años después de graduarse, aquel joven de aspecto frágil y una estatura inferior a la media había librado batallas en tres continentes, ganado cuatro medallas y la Orden del Mérito, escrito cinco libros y conseguido un escaño en el Parlamento como diputado conservador.
Sin embargo, tres años después Churchill cruzó el pasillo del Parlamento británico y abandonó la bancada tory para unirse a la de los liberales. Entonces comenzaron diez años consecutivos de carteras ministeriales, siendo subsecretario de Estado para las Colonias, Ministro de Comercio e Industria, Ministro del Interior, Primer Lord del Almirantazgo, y finalmente Canciller del ducado de Lancaster. Su carrera política sólo se vio interrumpida dos veces. La primera, tras su destitución en 1915 a consecuencia del fracaso de Gallipoli. Decidió volver al ejército y dirigió a los hombres del Sexto Batallón de Fusileros Reales Escoceses en las trincheras de Francia. Cuando se formó un nuevo Gobierno en 1917, fue nombrado Ministro de Municiones, y desde entonces hasta 1929, dirigió todos los Ministerios importantes excepto el de Asuntos Exteriores. La segunda interrupción en 1929, cuando se distanció de la política para escribir, siendo uno de los primeros en reconocer y expresar su preocupación por la creciente amenaza que representaba Hitler, mucho antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
En 1939, sus temores se hicieron realidad. Fue elegido Primer Ministro y estuvo a la cabeza de Gran Bretaña durante los difíciles años de la guerra. Su sistemática negativa a plantearse la derrota, la rendición o negociar con los nazis transmitió esperanza y tesón al pueblo británico, especialmente al principio de la guerra, cuando Gran Bretaña era la única oposición activa contra el nazismo. No obstante, después de la guerra perdió las elecciones. Lo que no perdió fue su capacidad para interpretar correctamente el futuro desarrollo de los acontecimientos, como demuestra el famoso discurso que pronunció en Fulton, Missouri, sobre la amenaza de los soviéticos, donde acuñó el conocido término telón de acero. En 1946, Churchill pronunció otro de sus famosos discursos en la Universidad de Zúrich, donde afirmó que Europa no podía permitirse avanzar arrastrando el odio y la venganza que supuraban las heridas del pasado, y que el primer paso para volver a crear la familia europea de justicia, misericordia y libertad consistía en construir los Estados Unidos de Europa, la única manera de que cientos de millones de trabajadores sean capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena.
Orador incansable aquejado de ceceo, comprometido con sus principios hasta el final de sus días y con un notable sentido del humor, como no, británico, Sir Winston Churchill nació prematuro en Blenheim Palace, pero disfrutó de una larga vida en la que nos dejó un puñado de discursos inspiradores, frases como estas y un montón de cosas que agradecer.
Algunas de sus frases célebres
- 1
"El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes."
- 2
"El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse."
- 3
"Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa."
- 4
"El mejor argumento contra una democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio."
- 5
"Entre las doctrinas del camarada Trotsky y las del Dr. Goebbels debería haber espacio para que ustedes y yo, y unos cuantos más, pudiéramos desarrollar nuestras propias opiniones."
- 6
"La guerra es una invención de la mente humana; y la mente humana también puede inventar la paz."
- 7
"Mi mayor logro fue mi capacidad para convencer a mi mujer de que se casara conmigo."
- 8
"Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema."
- 9
"Personalmente siempre estoy dispuesto a aprender, aunque no siempre me gusta que me den lecciones."
- 10
"Una buena conversación debe agotar el tema, no a sus interlocutores."
- 11
"Si tienes diez mil reglamentos destruyes todo respeto por la Ley."
- 12
"No existe la opinión pública. Existe la opinión publicada."
- 13
"La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor."