Marco Tulio Cicerón nació en la ciudad volsca de Arpino el 3 de enero del año 106 a.C., cuatrocientos después de que Roma hubiese instaurado la república tras la expulsión de Tarquinio el Soberbio, su último rey. Pero la Roma que más tarde le tocaría gobernar a Cicerón durante el año de su mandato como Cónsul ya no era aquel pueblecito creado a orillas del Tíber, sino un imperio que se extendía por todo el Mediterráneo.
La familia de Marco Tulio eran terratenientes de carácter rústico y un tanto apartada de la vida social de la gran urbe, motivo por el que Cicerón siempre evidenció un perceptible complejo de inferioridad por ser tildado como homo novus, apelativo que se reservaba a aquéllos que ingresaban en la política sin pertenecer a la clase noble.
A pesar de ser de lo que hoy llamaríamos provincias, Marco y su hermano menor Quinto estudiaron historia, filosofía y retórica en Roma con los mejores profesores. Cicerón comenzó su carrera ejerciendo como abogado, escogido por los sicilianos para ejercer la acusación contra el gobernador Verres, que terminó en el exilio. Pero por buen abogado que fuera, Cicerón, siempre quiso siempre servir a su civitas desde las magistraturas y el Senado, convencido de que sólo desde el poder político podía prestarse el mejor servicio a la patria.
Comenzó su carrera política con un ataque contra los excesos del implacable Sila, dictador de Roma, y la terminó como constante opositor a la dictadura de Julio César. Toda una vida sin darse cuenta de que, efectivamente, Roma ya no era aquel pueblecito creado a orillas del Tíber, sino un imperio con unas instituciones de escasa capacidad para gobernar un estado cada vez más extenso. La República tenía sus días contados y Cicerón parecía no darse cuenta.
Mientras César conquistaba la Galia, cruzaba el Rubicón y sumía a Roma en una guerra civil, Cicerón redactó algunas de las obras más gloriosas de la historia de la filosofía política. Aunque su saber le impulsó a escribir sobre prácticamente cualquier campo del saber. Todos sus escritos nos remiten al abogado inteligente y astuto, al acusador implacable, al político que adapta sus argumentos a la situación escondiendo sus propios intereses detrás de un supuesto bien común, al amigo fiel, al hombre vanidoso que era, a uno de los personajes más brillantes de la antigüedad.
Su último empeño en restaurar la república consistió en animar a Bruto en los Idus de marzo del 44 a.C., y, más tarde, desaparecido César, a dirigir sus formidables dotes de orador contra Marco Antonio, que decidió acabar con él. Contaba con el beneplácito del sucesor de César, su sobrino nieto Octaviano, que más tarde se convertiría en Augusto, primer emperador de Roma. Ni él podía menos de admirar al que posiblemente es el personaje de la Antigüedad del que mayor información se dispone y sobre el que más obras se han escrito desde el Renacimiento. Son muchas las lecciones nos ha dejado Cicerón, recordamos hoy algunas (y no pierdan la oportunidad de leer sus libros).
Algunas de sus frases célebres
- 1
"Donde quiera que se esté bien, allí está la patria."
- 2
"Los deseos del joven muestran las virtudes futuras del hombre."
- 3
"Pensar es como vivir dos veces."
- 4
"Que las armas cedan a la toga y el laurel se conceda a los méritos"
- 5
"De todos es errar; sólo del necio perseverar en el error."
- 6
"El cultivo de la memoria es tan necesario como el alimento para el cuerpo."
- 7
"El hombre condena cuando no entiende."
- 8
"El hombre no tiene enemigo peor que él mismo."
- 9
"Hago más caso del testimonio de mi conciencia que de todos los juicios que los hombres hagan por mí."