James Watt adquirió la destreza en el manejo de los instrumentos que tanto le serviría a lo largo de su vida en la carpintería de su padre, quien lo enviaría a Glasgow para aprender el oficio de constructor de instrumentos matemáticos. Allí, a través de un profesor de Física de la Universidad, pariente de su madre, contactó con otros profesores, entre ellos Robert Dick, que le sugirió trasladarse a Londres para formarse. Gracias a los contactos familiares, a su vuelta consigue montar un taller de reparación de instrumentos en la Universidad, ya que en ella no regían los encorsetados privilegios gremiales que tantos problemas le habían ocasionado en Londres. Por aquellos años entra en contacto con el profesor de Medicina James Black, inmerso por entonces en los estudios que le llevarían a descubrir el calor latente, el necesario para producir cambios entre los estados sólido, líquido y gaseoso.
En 1758 llega a la Universidad de Glasgow una máquina de vapor Newcomen para repararla y el trabajo se lo encomiendan a Watt que, para repararla, estudia pacientemente uno a uno los mecanismos. Como conclusión observa que la máquina de vapor que Thomas Newcomen había desarrollado hacía unos cincuenta años para bombear el agua en las minas de Gales tenían un rendimiento ridículo, desaprovechaba casi el 80 % del vapor, y en consecuencia, una alta proporción de calor latente susceptible de ser transformado en trabajo mecánico. Fruto de estas investigaciones, diseñó un modelo de condensador separado del cilindro, su primera y más importante invención, que permitió lograr un mayor aprovechamiento del vapor, y mejorar de este modo el rendimiento económico de la máquina, que supera en veinte veces el modelo de Newcomen.
Watt se da cuenta de que su descubrimiento revolucionaría el mundo como no lo había hecho desde el Neolítico. Después de diversas vicisitudes se asocia con el industrial Matthew Boulton, patentando en 1769 su invento. Pronto su máquina de vapor saltó de la mina a la fábrica textil, traspasó las fronteras británicas para saltar a Europa y después a América. La máquina ahorraba animales y hombres, pronto fue capaz de mover ferrocarriles que trasportan personas y mercancías, más tarde movería barcos. Cuando en 1800 finalizó el periodo de validez de la patente era un hombre inmensamente rico, miembro de la Royal Society de Londres, de la Academia francesa de Ciencias y doctor honoris causa por la Universidad de Glasgow, además de miembro destacado de la Sociedad Lunar, prestigioso club de Birmingham en el que se reunían las noches de Luna llena notables personajes del mundo de la ciencia y la industria.
Algunas de sus frases célebres
- 1
"Vendo lo que todo el mundo desea tener, energía."
- 2
"No existe nada más tonto que inventar."
- 3
"No he conocido más que dos placeres: la pereza y el sueño."
- 4
"Los principios éticos elevados producen métodos comerciales eficaces."
- 5
"Matan miles de árboles para hacer malos periódicos."