Estamos en plena temporada del verde y picassiano romanesco, un híbrido de brócoli y coliflor. Su sabor delicado, algo más suave que el de sus progenitores, está perfectamente equilibrado. Su textura entre firme y cremosa, dependiendo del punto de cocción que le deis, es sensiblemente maravillosa y agradable al paladar.
Seguro que muchas veces habréis visto a esta crucífera presumir en los puestos de los mercados. Su color verde intenso, su forma tan piramidal como extravagante, sus inflorescencias agrupadas formando estructuras cónicas, hace que muchos la denominen la verdura extraterrestre o alienígena.
Para nosotros, el romanesco es relativamente nuevo, ya que aquí empezamos a comercializarla en la época de los 80, pero los primeros datos que tenemos de su presencia en la gastronomía datan del siglo XVI en la bella Italia.
Pues bien, ahora que conocéis algo más de esta original verdura, vamos abrir el abanico de piropos a otra semilla, también relativamente nueva entre nosotros: la quinoa. Rica en vitaminas B y E, contiene un porcentaje elevado en fibra y es generosa en minerales, entre los que destaca el magnesio, el calcio, el hierro o el zinc. También es perfecta para incluir en la dieta de personas celíacas, ya que no contiene gluten.
Un truco para que en vuestros platos predomine el sabor de la quinoa , es que después de lavarla y antes de cocinarla, pasarla por la sartén para tostarla durante unos minutos, de esta manera su sabor será muchos más intenso y personal.
Ahora sí, ahora ya estáis listos para preparar este sabroso, original y saludable romanesco con quinoa y crema de setas portobello.
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