Huyendo de la Revolución Rusa de 1917, los hermanos Petrossian se establecen en París para llevar una vida de nobleza perdida, fiestas, recepciones, salones, charlestón... todo en Francia permite a gran parte de la nobleza rusa exiliada gran comodidad y en muchos casos no exenta de lujos.
Melkon y Mougcheg Petrossian sin embargo añoran de su tierra, en las fiestas, el caviar, nada popular en esta Europa desde que Luis XV mostrara el absoluto desagrado por su intenso y especial sabor. Y aquí, en esta Francia en que los Petrossian se mueven como pez en el agua se da un inconcebible suceso que marca tanto la vida de ambos como la alta cocina hasta nuestros días; prueban, intentan conseguir caviar llamando directamente, sin reparos, al Ministerio de Comercio Exterior de la recién nacida Unión Soviética. Del otro lado, con naturalidad, se les informa de que el caviar no es alimento para una revolución y que la producción se acumula y se pierde a las orillas del Caspio. Ambos hermanos llevan con facilidad a un gobierno nuevo, agotado y aislado económicamente tras la Revolución a un acuerdo que lo financia con la compra de toda la producción de caviar, un acuerdo de exclusividad sin fecha de caducidad. Es en este momento y de su mano cuando el caviar logra rebasar las fronteras de la alta cocina rusa y toma desde la de los grandes chefs franceses el carácter de esquisitez que aún hoy conserva en sus días.
Sin embargo el caviar de esturión del Caspio no deja de soportar unos costes elevados de transporte y conservación, así que su popularización lleva a conseguir caviar de otras procedencias como el del esturión salvaje de la Aquitania francesa, en el estuario de la gironda, cerca de Burdeos, un tipo de esturión que llega casi a la extinción a finales de los 80 y que hoy se recupera con uno muy similar, el del lago Baïkal, en Siberia; un esturión que hoy se protege, respeta, cría y cuida en piscifactorías y que la marca española que toma el nombre del lago siberiano de procedencia comercializa con los más altos estándares de calidad que garantizan un producto excepcional que ha de consumirse en las óptimas condiciones de entre 0º y 4º.
"Sabores a mantequilla, avellana, sotobosque... sutilmente combinados con un persistente sabor en boca", nos cuentan, para un caviar Royal Baïkal en latas de de 50, 100, 200 y 500 gramos y para un Imperial Baïkal 000 de la más alta calidad y en una producción mucho más limitada y sólo disponible en latas de 50 y 100 gramos. Un caviar excepcional, delicado, único, cercano y accesible para los placeres exquisitos del paladar.