Nació, así, de una buena conversación. De esas en que, palabra va, risa viene, las anécdotas y los sueños profesionales de cada uno fue tramando este desenlace. Una charla que fue in crescendo entre la presidenta de Krug y el manager del Hotel Ritz Madrid, de esas que se convierten en memorables y que necesitan hacerse, de alguna manera, una excusa a repetir. Y lo ha sido. Y se llama Krug Bar en el Hotel Ritz de Madrid.
Dicen que en ese momento entre Margareth Henríquez y Christian Tavellique se había creado una atmósfera especial. Que todo encajaba a la perfección. El lugar, el ambiente, el champagne... Como si se tratase de una fórmula mágica que de repente se convierte en acierto. Todos los factores lo hacen perfecto. Y una vez que se tiene el secreto de un momento mágico, ¿cómo no reproducirlo? ¿Cómo no compartirlo y revivirlo?
Un escenario donde las paredes esconden miles de secretos de lujo, de historia, de glamour, de esa espectacularidad del clásico. Y en cada copa de Krug está la sofisticación de su composición re-creada año tras año, siempre nueva, siempre diferente, siempre mejor. El champagne también aporta parte de ese inconformismo heredado de su creador, Joseph Krug, y en conjunto es placer. Como filosofía, como resultado, como provocación.
“El champagne que Dios ofrecía a los ángeles cuando habían sido excepcionalmente buenos”, como lo describía el poeta y escritor francés Paul Valery, se convierte en ocasión y el área para disfrutar del Krug Grande Cuvée en pleno Triángulo de Oro de Madrid, se convierte en contexto. ¡Ah! el piano que se escucha de fondo, solo eleva la sensación.
Momentos, paladar y alquimia. Placer y escenario. Todo perfecto. Todo memorable. Todo Krug Bar en el Hotel Ritz de Madrid by Belmond.
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