Vermut es de esas palabras que se alargan. Que comienzan a las 12 o a la una al sol de mayo y a la barra de algún bar y terminan en una paella que ha tenido que reposar más de la cuenta porque no había quedado claro quién había pagado la última y eso no podía quedar así. Vermut es domingo, claro. Domingo de minutos largos y miradas al sol que se cuela por la ventana e ilumina a franjas el suelo. Domingo de día del señor, sobre todo si es el del Señor Antonio, que pone unos torreznos de tapa que quitan el sentido. Ponme otro Vermut, que aún nos da tiempo. Domingo de Latina, de Chueca, de Gran Vía, de Alcalá y Retiro, de barrio, de bar de esquina con las mejores bravas que hayas probado nunca hasta que te inviten a cualquier bar de cualquier otra esquina..
Vermut Domingo, claro. Hecho en Castellón, que aquí nos da lo mismo mientras este rico. Domingo es un vermut artesanal con nombre a posta, de esos que dan para iniciar conversaciones hasta que se pida el segundo, de etiqueta sencilla y a propósito, servilleta de esas que hay que coger dos para limpiarse bien y otras dos para "dame tu teléfono que el maldito móvil me ha vuelto a perder tu número". Domingo tiene de base un vino de Airén, que se macera en frío para procurar el equilibrio de este con los aromas de ajenjo, genciana, sauco, jengibre o díctamo de Creta que le terminaran por dar el toque especial de fiesta, de Domingo.
Domingo es vermut. Un vermut que suena bien cuando invitas a alguien a tomarlo, que hubiera quedado estupendo al final de la frase "Mi abuelo ya tomaba...". Habrá que buscarlo donde se venda, en tiendas especializadas (como Bodegas Santa Cecilia) o en establecimientos como SOT o la Cadena Barril. Porque quedará estupendo, por ejemplo, un jueves, decir que uno se va a tomar un fantástico Domingo. Y tanto monta.
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