Bebidas

Bodegas Calar, vinos con la extraordinaria complejidad de las cosas sencillas

Nos trasladamos a la sobria y elegante tierra volcánica de Campo de Calatrava para comprobar que hay gente que lo tienen claro: hacer vinos sabrosos y bien acabados.

Olivares, viñedos, campos de cereal y tierras rojas y negras, se suceden entre pastizales y baldíos mientras avanzamos camino de la histórica finca Montanchuelos. El territorio es relativamente quebrado, pues bordeando los extensos llanos manchegos se alzan las primeras estribaciones de Sierra Morena, los cerros de cuarcitas que dan nombre a la finca. Los más altos se elevan unos 300 metros sobre el cauce del rio Jabalón, cuyo valle es el resultado de la acumulación de gravas y arenas con una importante capa caliza. Enclavada en el centro de la zona volcánica del Campo de Calatrava, la fertilidad de esta tierra y la magia que trasmite todo lo telúrico explica la fascinación que el fundador de Bodegas Calar, Juan José Moreno Alarcón, tuvo desde niño por Montanchuelos.

Situada en Granátula de Calatrava, Montanchuelos es una finca de unas 870 has dedicada desde antiguo al cultivo de la milenaria tríada mediterránea. La finca es muy productiva debido a la fertilidad natural de sus suelos. La tierra se encuentra poco trabajada, con piedras en superficie y una estructura que revela la relativa tranquilidad de la que goza. Estas características favorecen la explotación de las cien hectáreas de tempranillo que Bodegas Calar tiene sembradas en diversas parcelas de Montanchuelos. De ellas, 20 hectáreas con viñas con una edad media de 20 años están destinadas a la producción de los vinos de Calar. Vinos de calidad y con un corte bien diferente a los que tradicionalmente se producen en la zona, tal vez la zona vinícola más extensa de Europa y una de las más desacreditadas por la mala fama que arrastran las elaboraciones masivas, los rendimientos desorbitados, el granel, las destilaciones, y la mala gerencia.

Al frente de la segunda generación de Bodegas Calar se encuentra Sagrario Moreno, la propietaria –junto con sus hermanas y su madre- que no por ser hija del fundador está menos capacitada para liderar el proyecto. ¿Sus señas de identidad?, buscar la máxima expresión del terruño: cultivos tradicionales, rendimientos muy bajos -2 kilogramos por cepa, una tercera parte del rendimiento habitual en la zona- producciones pequeñas y un respeto absoluto por la tierra y por el vino. Con sencillez e inteligencia, Sagrario ha sabido rodearse del mejor de los colaboradores. El enólogo y director técnico de Calar es el vallisoletano José Carlos García Vega, que venía de elaborar en Ribera del Duero uno de los vinos más aclamados de los últimos tiempos, el Aalto de Mariano García, cuando se quedó enganchado con el proyecto.

Aunque con modestia José Carlos le cede todo el protagonismo a la uva -si la uva es buena, tu único trabajo es no restar- no debe menospreciarse el hecho de que ha introducido las últimas prácticas vitivinícolas para potenciar el fruto con el que se hacen dos de los vinos más singulares, sabrosos y bien acabados de Tierra de Castilla-La Mancha. Con las pupilas encendidas, ambos reconocen que lo tienen muy claro. Juzgan que lo han conseguido. Si las viñas son buenas, se cuidan y el producto se elabora con talento, este es el resultado: vinos elegantes, potentes pero finos, equilibrados, armónicos y que reflejen la esencia del viñedo. En pocas palabras, que cuando lo bebes dices, me estoy bebiendo Montanchuelos.

Richard Smart era de la opinión de que con chardonnay bien plantado, la humilde y olvidada La Mancha sacaba del negocio a Australia en cinco años. Salvando las distancias en cuanto a variedad, casos como los de Calar me hacen recordar la frase del revolucionario viticultor australiano. Por cierto, ahora van por la segunda hoja de una parcela sembrada de garnacha que seguro, próximamente, también dará mucho que hablar. Será el momento de volver.