Qué duda cabe que nuestros más lejanos antepasados quedarían sorprendidos por una singular bebida que, de forma enigmática y misteriosa, se transformaba de dulce jugo de uva en vino placentero que alteraba el entendimiento del alegre bebedor. Es comprensible que los hombres desearan compartir con los dioses tan noble bebida, en justa reciprocidad por su providencia benefactora. Por eso, fueron los griegos los primeros en tratar al vino como una bebida civilizada, porque fueron ellos quienes primero se atrevieron a mirar a la cara de los dioses inventando la filosofía. En la mitología griega abundan los dioses y los héroes aficionados al vino, Enopión, Ganimedes, Hebe y, por encima de todos, quien inspiró el plan festivo de la antigüedad, Dioniso, siempre acompañado por un jubiloso cortejo en el que figuran bacantes, sátiros, náyades, Afrodita, Pan, Eros y Príapo.
Más tarde, deslumbrados por el enorme talento que los griegos tenían para determinadas cosas, los romanos transformaron la primitiva divinidad dionisíaca en el jovial y socarrón Baco, el otro responsable de que, al cabo de los siglos, el vino se consuma en todo el mundo.
Con la vendimia y con el vino nuevo nacieron las fiestas en honor de los dioses protectores de la agricultura, y en Año Nuevo otra vez se les invocaba para solicitar su ayuda para el momento de la siembra. Este comportamiento ritual reproducía el ciclo natural de las plantas, períodos marcados por los equinoccios y los solsticios, rematados por fiestas en las que el vino tenía su protagonismo. Entonces como hoy, es una buena época para descorchar las botellas celosamente guardadas. Aquí tienes una pequeña muestra de nueve, tintos, blancos, rosados y espumosos, riojas, riberas, garnachas, y tempranillos con nada más en común que la pasión que las bodegas han puesto en elaborarlos y que podrían encajar con los platos que tienes pensado.
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