Lo de invito yo no lo digo yo, aunque sea yo quien lo haya escrito. Lo de invitar al pasado lo dice Infiniti, aunque sea de manera simbólica, al presentar en el próximo y tradicional Concurso de Elegancia de Pebble Beach el Infiniti Prototype 9, un ejercicio de diseño, estilo y elegancia que representa un pasado en el que la marca nipona como tal no estuvo, pues fue creada a finales de los años 80.
Claro que sobre el particular habría que indicar dos cositas, que diría aquel. Una, que en en realidad Infiniti no es sino la marca de lujo creada por Nissan para competir en el terreno de las berlinas europeas de gama alta representadas por Audi, Mercedes y similares, con lo que se podría decir que si que estuvo allí, ya que Nissan nació en 1933. Y la segunda, que no hace falta haber vivido una época para enamorarse de ella.
Así que es completamente válido, y romántico, y especial que Infiniti nos presente un Infiniti que nunca ha existido como si lo hubiera hecho al tiempo que se presenta como una opción de futuro, en un juego que bien podría ser el del Ministerio del tiempo si sus puertas fueran de garaje.
El Infiniti 9 es un coche que sabe a Flash Gordon en el siglo XXI. Es un coche de los años 30 imaginado desde casi un siglo después. Una mezcla de tiempos tan atractiva como melancólica. Un homenaje al pasado que no fue desde el futuro que probablemente no será. Porque todo indica que el Prototype es un puro ejercicio de diseño, un canto a la belleza del automóvil sin ningún objetivo más que el de enamorar. Que por otra parte, ya es bastante. Porque alguien que sabe hacer coches así se asegura de nuestra admiración.
Y si hemos hablado del pasado, la parte de futuro del Prototype 9 es su propulsión eléctrica de nueva generación, que integra baterías y motor eléctrico para ofrecer 120 Kw de potencia y 320 Nm de par máximo inmediato. Puede alcanzar los 170 km/h y su autonomía ronda los 20 minutos de uso intensivo en circuito.
Pero eso son fríos números. La autonomía que en realidad nos importa es de mucho, muchísimo más que 20 minutos. Son las horas, los días y los meses que sus líneas nos rondarán, enamorándonos, nuestras cabezas.
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