Decir Rolls Royce lleva sabor a monarquía, a grandeza. Decir Phantom VII es nombrar al más especial dentro de la marca. Así que tiene mucho de justicia poética que el último de los Rolls Royce Phantom VII que se fabricase, el adiós de un rey, fuera especial entre lo especial. La marca de la doble RR lo ha celebrado produciendo un one-off con destino a un coleccionista privado tras 13 años que no le han dado la mala suerte que podría esperarse de número tan dado a supersticiones. Se ha partido de la versión de batalla larga con una carrocería de color Blue Velvet perfilada en ambos laterales por una fina línea por debajo del nivel de las ventanillas que atraviesa el coche de la parte delantera a la trasera. Los neumáticos también van decorados con un perfil blanco, cómo solía ser habitual en la tradición de la marca, y el Espíritu del Éxtasis que culmina este modelo tan especial está hecho de plata.
En el interior, los detalles son todos de inspiración naútica, como los patrones de costura de tono plateado en la tapiceria de cuero o las molduras grabadas con motivos marítimos en el salpicadero o las puertas. Esta querencia por el mar es lo único que se sabe del futuro afortunado dueño de este último Phantom VII, que podrá consultar la hora en cualquier lugar del mundo en el exclusivo reloj analógico del salpicadero. Sin duda, pasear en este Rolls será algo muy parecido a navegar. Y con la seguridad de que ya no habrá ningún otro como él.
En cuanto al motor, no encontramos ninguna novedad, sigue siendo el V12 atmosférico de 6.75 litros con 453 CV y 720 Nm de par, que da una aceleración al Phantom VII de 0 a 100 km/n en 6,2 segundos y le hace alcanzar los 240 km/h. Tras esta última y estelar presentación, quedamos a la espera de que Rolls Royce culmine Project Cullinan, el desarrollo de su sucesor. El Rey ha muerto, viva el Rey.
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