Yo no soy rubia. Soy lo que vulgarmente se dice una rubia de bote. Y esta melena mía son extensiones. Me pincho bótox en la frente y vitaminas en las mejillas. Llevo relleno en los pómulos y en los labios. Éstos, además, me los micropigmenté. Tengo una dentadura perfecta gracias a las carillas de porcelana y a varios blanqueamientos. Por arreglarme, incluso me arreglé los lóbulos de las orejas. Veréis, hablo tanto por el móvil que el pendiente llegó a desgarrarme el agujero. Un puntito de ácido hialurónico y listo. Por terminar con la cabeza, aclararé que, antes de corregirme las dioptrías con el láser, era miope perdida. ¡Ah! Y si alguna vez me véis las pupilas azules o verdes ya supondréis que me he puesto lentillas de color.
Me aumenté los pechos y las nalgas y me remodelé el abdomen, las caderas y las pantorrillas. Me afiné los tobillos y me liposuccioné las rodillas. Por probar he probado incluso la cirugía estética íntima, pero de eso ya os hablaré otro día. Por supuesto, me he hecho la depilación láser en todas las zonas susceptibles de ser tratadas y me he recortado las alas de murciélago. Ya sabéis a lo que me refiero... Aparte, llevo uñas de gel y me someto frecuentemente a todo un sin fin de tratamientos faciales y corporales como peelings o radiofrecuencia. Así fue como dejé se ser Alicia y me convertí en Ginger. Así que la intervención final me la hice en el registro...
Pero una cosa os digo. Aunque tengo postizas hasta las pestañas, no soy una persona falsa. No sé vosotros, pero yo no soporto a le gente que miente. Esa gente que siempre tiene una excusa a mano para justificar lo injustificable. Los mentirosos son cobardes. Es más fácil soltar una bola antes que enfrentarse cara a cara con la verdad. La que sea: “Dejé de llamarte porque lo nuestro se estaba poniendo serio” o “Porque ya tenía lo que necesitaba de ti”. Pero no. Es mejor una mentira absurda: “Dejé de llamarte porque se fue la cobertura. En toda la ciudad”.
Tampoco puedo con la gente tibia, esa que nunca pone palabras a lo que siente. Esa que tiene miedo de querer, terror a entregarse, pánico a necesitar. Y cuando nota que alguien se acerca demasiado lo aleja de sí con un gesto, con una palabra, o peor aún, sin gestos ni palabras. No puedo con las personas interesadas. Esos amigos capaces de llamarte tres veces y escribirte dos mensajes en menos de una hora porque no saben dónde estás pero que luego pueden tirarse todo un fin de semana ignorándote. ¿Es eso amistad?
Conocí a un tipo que estuvo más de un año haciéndome creer que estaba solo cuando la verdad es que tenía pareja. ¿Por qué mentía en algo así? Porque a los mentirosos les gusta hacerse las víctimas... También es cierto que no hay más ciego que el que no quiere ver y al mentiroso le asiste el hecho de que, muchas veces, preferimos vivir engañados. Además, los mentirosos son auténticos maestros en el arte de la adulación. Cuando se ven en evidencia sacan todo su arsenal de lisonjas y piropos. Te hacen la rosca y arreglan con cuatro frases bonitas una traición más. Y les funciona. Los mentirosos suelen ser grandes manipuladores y terminan por creerse sus propias mentiras. Y la mayoría de las veces acabas pidiéndoles perdón por algo que te han hecho ellos.
Lo peor de las mentiras es que destrozan la confianza. Y cuando la confianza, que es lo más grande que puede haber entre dos personas, se acaba, ya no hay más. Y no hay manera de reponerla... ¡Ah! Y no os engañéis: no contar ciertas cosas y ocultar otras no es mentir. Pero es una enorme deslealtad. Una gran estafa.
¿Por qué os cuento esto? Porque ahora que estamos empezando a intimar, no quiero que os llaméis a engaño y he preferido que os enteréis por mí de los dos o tres arreglitos que me he hecho. Para que cuando me conozcáis y comprobéis que soy espectacular, sepáis que es todo mentira. Pero que mi corazón es auténtico.
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