Yo te deseo la locura, el valor,
los anhelos, la impaciencia.
Te deseo la fortuna de los amores
y el delirio de la soledad.
Te deseo el gusto por los cometas,
por el agua y los hombres.
Te deseo la inteligencia y el ingenio.
Te deseo una mirada curiosa,
una nariz con memoria,
una boca que sonría
y maldiga con precisión divina,
unas piernas que nunca envejezcan,
un llanto que te devuelva la entereza.
Te deseo el sentido del tiempo
que tienen las estrellas,
el temple de las hormigas,
la duda de los templos.
Te deseo fe en los augurios,
en la voz de los muertos,
en la boca de los aventureros,
en la paz de los hombres que olvidan su destino,
en la fuerza de tus recuerdos
y en el futuro como promesa
donde cabe todo lo que aún no te sucede…
* Mal de amores. Ángeles Mastretta.
LA INSPIRACIÓN
Escenario: La morada del deseo.
Hay luna creciente, en el antiguo palacio aún resuena el eco de los cuentos de las Mil y Una Noches; palabras de amor intenso con el ámbar como testigo; placeres de Oriente que traen el olor de otras noches de velas y cuerpos encendidos.
O aquella otra morada donde el vetiver, fragancia terrosa e intensa, hace revivir placeres primitivos en otros cuerpos que ya no están; sábanas perfumadas con pomelos de Florida y rosas turcas.
Para no morir de añoranza, el sándalo (santal) nos devuelve a la plácida indolencia, a lo místico y a lo erótico; al recuerdo de lo que fue y a la promesa de lo que vendrá.