Maquíllate. Desmaquíllate. Maquíllate. Desmaquíllate... y como has perdido todo el bronceado, ante esa piel tan pálida, maquíllate y vuelve a desmaquillarte. Maquíllate. Desmaquíllate. Maquíllate. Y desmaquíllate. Ay.
La fama y el lucir tiene esto, nena, que una ha de estar siempre preparada para una foto, para un enseñarse, para un dejarse querer con el mejor de los aspectos, como si acabáramos de llegar de Sitges... que a la mínima las lenguas, siempre dispuestas, te crucifican. Pero ese andarse echándose de todo acaba en un círculo de vicio porque no se a tí pero a mi tanta crema me deja la piel añeja. Y casi que da igual el tiempo que le dedique a los desmaquillantes, o cuántos, siempre, siempre, siempre, una noche de polvos, colorete y rímel se paga.
¿Cual es el secreto de este rostro luminoso?, me preguntáis por la calle. Pues eso, que me desmaquillo bien, hijasmías, pero bien bien bien, a conciencia. Y que utilizo -atenta, nena- el Capturador Micelar de Secretos del Agua. Podían haberle buscado un nombre glamouroso pero -já- qué más da si a poco que me la aplico como dicen las instrucciones mañana y noche por el rostro el cuello y el altopecho/escote, antes del limpiador o de la crema, está mi piel más lisa, más elástica, más firme y más luminosa, como si no hubiera existido la noche, créeme. Y además resulta que elimina los residuos que deja todo lo que nos echamos al rostro como las siliconas, toxinas, sintéticos, el maquillaje...
Y no sé tú pero yo empiezo por cuidarme y termino siempre el día cuidándome.