Desde hace unos meses me salen en la cara unas manchitas rojas que no se van con nada. Las tapo con el maquillaje pero, en cuanto me descuido, las muy traicioneras se aúpan por encima de él y salen a la superficie. Además, me pican y de rascarme se me ponen más rojas y más grandes y se me despellejan y cada vez escuecen más. Un asco, vamos. Empezaron por los párpados y se acercaron después hasta la nariz y al final se dejaron caer hasta la barbilla. Total, toda la cara. Y lo malo no es cuánto me afean sino lo triste y malhumorada que me siento, la vergüenza que me da que me vean y las pocas ganas que tengo de quedar con alguien o de salir. El día que me hice sangre, llamé para pedir cita con un dermatólogo. Ninguno tenía hueco hasta un montón de semanas después. Sólo había una doctora que tenía varias horas disponibles esa misma tarde. Y la tarde siguiente. Y la otra. Y todas las demás… Debí haber sospechado ¿no? Pero estaba tan desesperada…
Cuando entré en su consulta la encontré tecleando en un ordenador. Sin mirarme me preguntó: “¿Qué le sucede?”. Y yo contesté: “Esto”, señalando con un dedo mi cara. Y ella, sin mirarme dijo: “¿El qué?” Y yo respondí otra vez: “Esto”. Era tan obvio. Sólo tenía que levantar los ojos y echarme un vistazo. Pero no los levantaba. Y así seguimos por espacio de un tiempo absurdo: “esto-¿el qué?- esto- ¿el qué?- esto-¿el qué?…”. Pero ¿qué era lo que escribía esa mujer que la tenía tan absorta? Finalmente, me quedé callada. Y ella me miró. Y con expresión de aburrimiento dijo: “Ya veo”. Entonces, mientras volvía otra vez los ojos a la pantalla, me soltó un speech imposible, una plantilla que debía soltar a todo el mundo y que decía más o menos así: “Ufff, qué horror. Eso es una alergia. Las alergias son muy difíciles de tratar. Para empezar ¡a saber qué se la está provocando! Porque no tiene ni idea ¿verdad? No le voy a mandar las pruebas, que son muy pesadas. La vamos a analizar al modo casero. Vamos a suponer que se trata de un producto de aseo o cosmético. Deje de usarlos todos y después vaya usándolos poco a poco otra vez. A ver si así descubre de qué producto se trata”. Yo le dije: “¿Qué todos?”. Y ella respondió: “Champú, gel, jabón, leche corporal, hidratante facial, maquillaje, rimel, desodorante, mascarilla, crema antiarrugas, perfume, laca, colorete, contorno de ojos, suavizante, pintalabios… En fin, todo. Deja de usarlo todo y cuando se le cure el eccema, empieza introduciendo en su rutina diaria los productos otra vez, a razón de uno cada dos días. Y el día que le vuelvan las rojeces y los picores, ya tendrá el producto identificado”. Por un momento me vi a mí misma saliendo del portal de mi casa a cara lavada (sin jabón) y supe que no podría. Prefería que se me cayera la piel a trozos que prescindir de mis… afeites (como se decía antes). “¿Y nada más?”, le pregunté. “¿No me puede recetar algo que me alivie el escozor e impida que me despelleje? ¿No tiene una ligera idea de qué puede ser lo que me está haciendo esto? Y otra cosa, me dará la baja, ¿no? ¿O piensa que puedo ir a trabajar sin ducharme, con el pelo sucio y sin desodorante?”. Todo fue inútil. Hacía ya rato que estaba de nuevo absorta en la pantalla de su ordenador. Le di las gracias y salí de allí llorando de impotencia y rabia.
¿Y qué hice? Primero, pedir cita con el dermatólogo más ocupado de todos: cuatro meses de espera. Y después, lo típico: llamar a mis amigas. Iniciamos una party line en la que salieron a relucir todo tipo de teorías: envidia de la piel lisa de mis compañeras más jóvenes; empeño en usar cremas para pieles más jóvenes; ir a la playa, al gimnasio, a la compra, en fin, a todas partes maquillada; demasiado sexo, demasiado poco... Entre todas, me quedé con la de mi amiga Sara: “Eso son los nervios. ¿No ves que los fines de semana estás bien? ¿Que te salen las manchas el domingo por la noche y se te quitan el viernes al mediodía? Si tus manchas tienen horario de oficina, te las provoca la oficina”. Después me pasó la receta de una crema con cortisona que le habían hecho a la prima de la vecina de la cuñada de su hermana y que debía llevar algún tiempo deambulando de mano en mano a juzgar por lo sobada que estaba. Fui a la farmacia, me la compré y ya estoy bien. Si me estreso, me salen y me trato. Si me relajo, mi piel mejora y abandono el tratamiento. Y cuando veo un anuncio que dice que no hay que automedicarse, pienso que algunos doctores perjudican seriamente la salud.
Los productos de la imagen son Diorskin Forever Fluido (45 euros) y Diorskin Forever Compacto (54 euros).