Hace una semana que una circular en la agenda de la guardería de Teresa, nos notificaba que debíamos comprar unos leotardos y un jersey blanco. Y tras un por qué, para qué, el siguiente renglón nos sacaba de dudas: la función navideña.
¡Ay! Pensamos. ¿De qué la vestirán? Yo la imaginaba llena de pompones de colores cosidos a su jersey, que no es ningún disfraz navideño en particular, y sin embargo me resultaba una alegoría a las bolas que adornan los árboles. Cosas mías, desde luego. Jorge sin embargo dio en el clavo, “la disfrazarán de angelito, seguro. “ Y tan rotunda manifestación terminó siendo real.
Y llegó el lunes. 16:00 horas. Un tropel de padres nos arremolinábamos a las puertas de la guardería. Fantaseábamos con posibles disfraces, comentábamos progresos y nos reíamos sobre el ingenio que muchos le habían puesto al anuncio de los Mayas en las redes sociales.
16:30. Apertura de puertas y un andar apresurado de todos con todos, cámara en mano, para descubrir qué nos habían preparado las profesoras de los más pequeños aquella tarde, aún de otoño y con un cielo que a pesar de avecinar tormenta, conservó la compostura.
La guardería tiene un patio amplio que recibe con un olivo rodeado de juegos infantiles, y tras él, el césped, y sobre él los niños. Allí estaban todos, con disfraces de árboles de Navidad (muy cerca lo de mi alegoría), y ángeles. Unos preciosos y blancos angelitos, con espumillón color oro y unas panderetas, que estuvieron más tiempo quietas que en movimiento.
Y nosotros allí, boquiabiertos todos, en su primera función navideña. Fotografiando cada instante de nuestros alados hijos, mientras ellos nos miraban y lloraban a partes iguales, que ante tanta expectación, cualquiera no. Y entre todos ella, Teresa, un ángel, our little angel.