Parece que el 2003 queda a la vuelta de la esquina, y ya son 8 los años que han pasado desde aquel sí quiero. Fue en Las Palmas un 17 de mayo. Y a partir de aquel momento mi marido ya estaba muy dispuesto a ser padre. No es que yo no lo estuviera, pero para mí empezar una nueva vida, en una nueva ciudad, debía tener su asiento antes de dar ese gran paso. Así que pensamos en esperar un par de años. Pero no fue hasta principios de 2011, cuando decidimos dar comienzo a la aventura.
Nosotras, tan susceptibles a los cambios, tan atentas al detalle, solemos advertir con bastante claridad cuando nuestro cuerpo nos habla. Y así fue como ocurrió. Una madrugada de finales de marzo, me despertó un dolor fuerte, muy similar a esos dolores de cada mes, y mientras iba camino de la cocina a por un ibuprofeno, algo me indujo a no tomarlo. Esa fue la primera señal. Las siguientes se fueron sucediendo hasta principios del mes siguiente.
Abril comenzaba para nosotros poniendo tierra de por medio. Jorge viajaba a tierras monacales para dar fin a su tesis, y yo aprovechando mi soledad alicantina, cogía un avión con destino al lugar del que provengo, aquel en el que un día dejé mucho y en el que siempre lo encuentro todo.
El mismo día que el avión tomó tierra en el aeropuerto de Gando, al calor de un café y de una generosa porción de tarta, le confesé a mi hermana mis sospechas. Ella, médico, hematóloga, me citó al día siguiente para hacerme algunas extracciones. La verdad es que mi certeza era grande, pero sin algo que lo sustentara no tenía nada, y probablemente por eso, hasta ese momento no había querido compartir esas sensaciones con nadie.
Tras las extracciones había quedado a desayunar con una buena amiga, y mientras hablábamos de lo divino y de lo humano, reíamos y disfrutábamos del reencuentro, sonó mi teléfono. Al otro lado la voz de mi hermana, vibrante, con emoción, lo confirmaba, la hormona HCG era la certeza que esperaba.
Y ahora venía la parte emocionante, porque sabía que para él, aquella era la mejor noticia. Me temblaba el pulso mientras marcaba su número y la emoción iba en aumento tras cada tono de espera. Hoy, 10 meses después, recordamos aquella conversación con detalles exactísimos.
Así fue el comienzo de nuestra historia.
A partir de ahí un suma y sigue de decisiones nos han ocupado estos últimos meses. Que si la cuna, la minicuna, el colchón de látex o el de fibra de coco, los biberones de silicona o de caucho, la bañera, la trona… Caos mental al que hay que añadir la elección del carrito.
En nuestro caso diseño y simplicidad se han unido en cada decisión, y el bugaboo cameleon guardaba ambos requisitos. Ligero, desmontable y un todo en uno muy sugerente.
Ahora es el segundo lugar más importante para nuestra pequeña Teresa, un espacio amplio, confortable y seguro, en el que poder vivir sus primeras experiencias en el exterior.