365 días. 1 año. 1 vida. Son números, pero también son paso del tiempo, contenedores de emociones y celebración. La de un lluvioso 23 de noviembre que se adelantaba dos semanas, y que nos regaló a Teresa.
Y ayer festejamos, con ella, con sus abuelos paternos, con su tía, con su casi tío, con sus compañeros de guardería y con algunos amigos.
Un despertar entre cumpleaños feliz y happy birthday, que ella acompañaba con aplausos, y nosotros con caras de sueño tras un reloj que marcaba las 6:30.
En la habitación de invitados una cama de matrimonio con regalos y una guirnalda de colores vivos decorando la pared, a la que ella no le quitaba el ojo. Y mientras el ruido del papel de regalo, la animaba a dar pequeños saltos, nosotros cámara en mano no dejábamos pasar una.
Ahora es tiempo de juegos educativos, de piezas para apilar, de formas geométricas que encajen y de muchos colores. Y por ahí fueron los tiros. Quitando un trenecito y una rana, accionados con mecanismo manual, que compramos en un intento de completar los regalos que ya teníamos, y que resultaron ser los juguetes que más les gustaron. Pero ya nos advirtieron que esto pasaría.
Y así trenecito en mano, disfrutó durante todo el día. Se la veía feliz, cuando por fin llegó el momento de la tarta. Una de chocolate, con un made with love en letras rosas y bien grande, y una vela roja, rodeada de pequeños corazoncitos.
Todos volvimos a cantar y a sentir esa felicidad que se siente cuando ves sus ojos alegres, esperando el final de la canción para soplar la vela, cuando ocurrió. Ella, Teresa, con un año de vida y después de aprender a cuantificar su existencia con un dedo índice bien estirado, sopló. Sí, sopló y fue ella la que apagó la vela de su primer cumpleaños, ante el asombro de todos.
Y ya hoy con un año y un día, puedo deciros que fue especial, que sentí más de lo que esperaba, que me emocioné pensando en todo lo que tras 365 días hemos conseguido. Una nueva vida. Una familia.