Llevo unos 10 minutos sentada en la alfombra de su habitación observando cómo juega, cómo ha aprendido a estar sola durante algo más de tiempo. Ella con sus juguetes. Los mueve de sitio, los zarandea, y coloca una de sus piezas de puzzle gigante alrededor de su cuello, de tal manera que al gatear parece la leona de la Metro. La miro y pienso –eso te debería molestar. Pero ella sigue con su gateo, indiferente a mis preocupaciones e incluso sintiendo que aquello que adorna su cuello le hace estar más guapa.
Vuelve a sentarse, coge al nene, su nene. El muñeco con el que tuvo flechazo en la primera mirada, y lo abraza. Se separa de él, le mira a los ojos y balbucea un “tatata” que no es más que el preludio de otra retahíla de sonidos y besos al aire.
Y es que este último mes ha sido el de mayor evolución. O por lo menos, el de una evolución más visible, más auditiva, más comprensiva.
Comenzó con los besos, continuó dando abrazos. Un día nos sorprendió tras una pregunta, imitando el moviendo de un caballo al trote. Nos provocó una sonrisa lanzando besos después de decirle guapa. Y nos dejó con la boca abierta cuando a la pregunta ¿Cómo es Teresa? Ella respondió “a-pa”.
Además es que ahora lo imita todo, y obedece a órdenes sencillas como el dame, aunque a veces agarre lo que da, como si le fuera la vida en ello. Nada que un gracias no le haga soltar.
Y a todas estas, nosotros con la cara de sorpresa todo el día puesta. Llamándonos para contarnos la palabra del día, la reacción que ha tenido a alguna pregunta, la cara que ha puesto cuando le hemos enseñado o le hemos preguntado algo.
Lo que ella no sabe es que aunque somos nosotros quienes le formulamos las preguntas, y le damos las órdenes, si ella nos dijera ven, seríamos nosotros quienes lo dejaríamos todo, así, sin parpadear, y acudiríamos a su llamada. Es más, quizás es lo que estamos esperando.
Podría parecer contradictorio, pero yo creo que es uno de los mejores ejemplos de esas bonitas paradojas que tiene la vida.
Para ilustrar esta semana me valgo de la portada del libro de Albert Espinosa... pero dime ven.