La vida está llena de momentos, pero a mí me gusta quedarme con los especiales. Los días de Reyes, las excursiones familiares, cuando llegó a casa el bureau de mi habitación, lleno de pequeños cajones y con un delicioso olor a madera; el nacimiento de mis hermanos, mi primera mirada hacia Jorge, el descubrimiento de algunas personas que ahora son parte importante de mi vida, las charlas interminables con mi madre, las cenas y paseos con mi padre por Madrid durante mi etapa universitaria…
Sólo son algunos, pero he de reconocer que la mayoría son en familia. Y ahora que hemos formado la nuestra propia, o ampliado la que ya teníamos, según se mire, esas situaciones se han multiplicado.
Desde el nacimiento de Teresa cada día está lleno de momentos especiales, no hay duda, pero el del pasado domingo se convertirá en uno de esos que no olvidaremos.
Creas o no, te parezca un paripé o deje de parecértelo (todo muy respetable), las bodas, bautizos y comuniones, se convierten en momentos en los que reúnes a personas con las que compartirías muchas más cosas a lo largo de tu vida, pero que por circunstancias de espacio y de tiempo no es nada fácil de organizar. Por eso el bautizo de Teresa fue tan especial.
Cuando Jorge y yo comentábamos la jugada, ya en casa, sentados en el sofá con las sensaciones del día todavía muy latentes (cosa que solemos hacer con bastante frecuencia), me impresionaron sus recuerdos: ¿no te das cuenta Vicky que hay ocasiones en las que por mucho que quieres ir hacia un lugar, la vida te reconduce hacia otro? Porque eso nos ocurrió.
Desde el principio teníamos claro que queríamos bautizarla en una pequeña capilla situada cerca del barrio antiguo de Las Palmas, pero por más que insistimos y para el día que habíamos elegido, sólo pudimos disponer de la iglesia donde hace 9 años nos casamos, con el mismo cura que nos casó. La misma iglesia donde mis padres se casaron y donde hace décadas la abuela de Jorge solía ir a misa… Estas cosas pasan.
Pero también en su puñado de recuerdos, permanecía el del mismo impacto que tuvo cuando me vio descender del coche el día de nuestra boda. Ese flechazo de ver a la otra persona que quieres de un modo perenne, para toda la vida. Porque así es como recuerda él a Teresa ese día, en ese primer impacto visual, con sus bracitos al aire, mirándolo todo fijamente hasta que le miró a él. Una mirada que decía “papá, siempre te querré”, que todavía él recuerda.
Así que si ese día fue especial, fue justo por estos recuerdos, por el cariño con el que todo se hizo y por la energía tan especial que todos desprendimos sintiéndonos juntos, en compañía.