Hace tres semanas dos buenas amigas y yo establecimos una deliciosa costumbre: el brunch de los jueves. Pau, Laura y yo somos tres madres primerizas. Nuestros pequeños se llevan unos meses de diferencia. Y con el paso del tiempo, desde sus nacimientos, nos hemos dado cuenta de lo importante que es compartir aquello por lo que estamos pasando. Así que el brunch de los jueves, se ha convertido para nosotras en un ejercicio de puesta en común y de transmisión de inquietudes.
Cada semana en una casa, con nuestros bebés, donde nos concedemos pequeños caprichos culinarios. Pero sobre todo, sobre todo, lo que nos concedemos es tiempo. Ese que desde que nacieron nuestros hijos ya no nos pertenece, porque nuestro tiempo es su tiempo.
Las tres decidimos alimentarlos con leche materna, las tres nos hemos dado un pequeño margen laboral para disfrutar de sus primeros meses, y las tres coincidimos en que es muy difícil explicar el trabajo que supone cuidarlos, mientras seguimos trazando nuevas líneas en nuestras carreras profesionales.
Así que en estos encuentros semanales, hablamos. Hablamos mucho. Nos contamos nuestras anécdotas infantiles, familiares y conyugales (porque haberlas haylas), mientras nos pasamos el plato de los bollitos, untamos unas tostadas con queso batido, o disfrutamos de deliciosos zumos de frutas.
Incluso hemos creado en whatsapp nuestro propio grupo: las modern mummies, y nos llamamos así porque estamos en ese perfil de mujer trabajadora y madre que experimenta, a diferencia de cómo sugiere John Maeda en su libro Las leyes de la simplicidad (que ya que estamos, os recomiendo), esa sensación de estar “incómodamente perdida” después de asumir tan honorable papel.
Nuestros encuentros son tan satisfactorios que creo que todas las madres deberían regalarse un brunch semanal, siendo este desayuno_almuerzo, un eufemismo del tiempo para compartir experiencias, tan necesario como importante, que consigue que este proceso pueda ser más llevadero.