Me gusta viajar, desplazarme de un lugar a otro, organizar planes con amigos, experimentar. Y esto que siempre fue un placer, en los últimos años ha resultado más una pequeña tortura, sobre todo por las cuestiones logísticas de las idas y las vueltas.
Las limitaciones de peso, y las prohibiciones de objetos en los equipajes de mano, han tenido la culpa. Pero eso para los itinerarios aéreos, que en los de tren esto no pasaba, no pasa, y he de reconocer que es algo que supone un gran alivio. Sin olvidar el handicap del circo de tres carpas, al que si le sumamos el plus de la soledad, la imagen que resulta es la de una madre con un bebé, un carrito, un par de maletas y demás parafenarlias, que haberlas siempre haylas.
Mi primera experiencia, que ya os conté, fue aproximadamente hace un año, y reconozco que salvando el escollo inicial que me hizo derrumbarme antes de empezar, fue todo bastante mejor de lo que esperaba. Realmente por la gente, la buena, la que suele mirar a quién tiene a su alrededor, la que si te ve en apuros te pregunta y sin pensárselo dos veces te ofrecen su ayuda. Y digo que fue por la gente, porque los servicios de asistencia en los aeropuertos para personas con movilidad reducida, no cubren el supuesto de bebés, y mira que deberían.
Pero para mi sorpresa, ahora que vuelvo a plantearme más de un viaje con Teresa, he descubierto el servicio de Atendo. Una maravilla de apoyo en los viajes en tren, que cubre la recogida y la bajada en la estación, y que además te ayudan con la colocación de las maletas. Y creedme que así todo es mucho más sencillo. Cero miedos, cero inseguridades y la concentración puesta sólo en cómo entretenerla.
Y si a eso le sumamos que por lo general viajar en tren es bastante más poético, sobre todo si recurrimos a genios como Turner, Patricia Highsmith o la británica más policiaca Agatha Chritie, obtenemos tranquilidad y placer, que es como para que Teresa y yo nos pensemos dos veces viajar sin tener que elevar tanto los pies del suelo.