Tenemos un amigo que dice que prefiere no corregir a su hija cuando dice mal una palabra, porque le resulta enternecedora su forma de pronunciarla. Y le entiendo, le entendemos, porque yo moría de amor cada vez que Teresa decía "fofá" para mencionar al asiento de más de una plaza. Al igual que me pasa ahora cuando dice "bubo" o "drojo", para referirse al ave nocturna de grandes ojos y al color de la sangre. O cuando usa el participio en su terminación -ido, para expresar, por ejemplo, que algo se ha "rompido".
Y aunque ella ya habla y lo expone todo con muchísima soltura, y con todo un extenso de detalles. Es fantástico prestar mucha atención a lo que dice, para descubrir cómo cuela alguna de sus palabrejas, con la misma maestría con la que mezcla cuentos con películas.
¿Un ejemplo? El de ayer, cuando mientras me enseñaba su nueva casita de muñecas, que este año le trajo "Papa Muel" desde Sevilla con parada en Alicante, ésta le servía de percha para situarla en La Montaña del Norte del reino de Frozen, sobre la que volaba un vistoso pez dorado, que provendría con seguridad de algún cuento contado por su padre.
Escucharla es divertido y conmoverdor, como lo es cuando se asoma tras la puerta de la cocina para decirme -Mamá yo también quiero leche de "hoja". Que yo pongo con hache porque es la mejor forma de expresarlo, aunque la soja carezca de ella, por muy natural y verde que nos la pinten.
Y no sé si recordaréis alguna de vuestras palabras, o de las que decían vuestros hermanos, si los tenéis. Yo si hago memoria puedo aportar "desogrante": el spray que evita que las axilas hagan de las suyas, que esa era mía. Pero también "sémbolo" que es como mi hermano llamaba al teléfono, o "colegio de pavo", que es la forma en la que mi hermana se refería a los colegios privados.
Aunque lo último que ha caído en las redes de customización de Teresa, han sido los villancicos. Que obviando los que son en inglés, que por supuesto tienen libre interpretación y dicción, nos centramos en los tradicionales a los que ella ha dotado de sus propias versiones. Pequeños retoques que permiten entonar el "Campana sobre campana" para continuar "sobre campana, la una", o llevar a la burra que iba a Belén, sin remiendos, por razones obvias, pero con mucho ritmo.
Y yo no lo voy a negar, porque al igual que a nuestro amigo, a mí también me da pena que en la forma de contar las cosas que tiene Teresa, desaparezcan estos "palabros" y su forma de decirlos. Pero aceptando la evolución, me conformaré con ir escribiéndolos, para poder releerlos, y algún día poder contárselos a ella, casi como si fueran un legado.
*La ilustración es de Tutticonfetti