Julio es un mes difícil desde hace un año. ¿El problema? La distancia, que sólo resuelve la tecnología en formato de llamadas con imagen, y doy gracias, que ningún invento fue tan resolutivo para compensar la ausencia.
Y así cada día a eso de las 21:oo nos vemos. Son conversaciones con imagen de primeros planos, a veces casi con zoom x1, porque cuando Teresa se hace con el teléfono casi diría que puedo apreciar cada detalle de su piel, incluso del fondo de sus ojos. Suelen ser momentos sobre la cama, en la que ella hace acopio de sus juguetes y comienza a establecer un juego.
Me indica cómo se meten y se sacan las cosas de un cubo, pone a bailar a su Dora la exploradora cambiando la canción del mapa, por la de la mochila, hasta llegar a la que le gusta. Me enseña cómo se pone las zapatillas de dentro de casa, y acercándome al teléfono unas cangrejeras rosas, me explica que esas son las zapatillas de Madrid.
Cantamos y cuando lo hacemos cambiamos las letras de las canciones, que es algo que consigue dejarla hipnotizada, y siempre con ganas de más. Remolonea cuando le pregunto qué ha hecho durante el día, porque debe de ser de esos ejercicios que con dos años y medio, todavía cuestan.
Salta, baja de la cama, va a buscar una pelota, y me pregunta por sus "jubetes", los de aquí, los que celosamente guarda Pimpón, su perro peluche de grandes dimensiones en un baúl de mimbre blanco recubierto de tela. - ¿Dónde está Charlie mamá? ¿Y "peteño"? Quiero ver a Albert... Y así vamos haciendo recorrido por su habitación con apariciones estelares ante la cámara que a ella le divierten todo.
Y de todo eso lo mejor es verla sonreír. Descubrir qué cosas le divierten y establecer un juego de imágenes y gestos que en la repetición consiguen mantenernos en una risa constante. Porque son estos momentos los que se quedan en el recuerdo, los que nos unen en la distancia de costa a centro, los que establecen complicidad y ganas de más, que por teléfono ya es un logro.