Fernando es cocinero, despistado a más no poder, quizás de esas personas que sueñan despiertas, que se pasan la vida en las musarañas. Pero esto es sólo un suponer.
Él es muy de guisos, de patatas y de arroz, un cocinero de los de antes, de los de olla, nada de cocina fusión, esferificaciones o platos pintados. De esos que se ponen gorro de cocinero y visten de blanco delante de los fogones.
Yo lo imagino con bigote, o quizás es que es así como lo recuerdo, de entre las hojas de aquel libro de poesía que me regaló mi madre cuando yo era una niña. Él y Maruja me acompañan desde entonces, entonados tras las rimas de Gloria Fuertes.
Y hoy lo rescato para contarles que la del cocinero, es la primera poesía que aprende Teresa:
El cocinero Fernando / se pasaba el día pensando / sin pensar en lo que hacía. / Olvida echar la sal, / no pelaba las patatas, / le salía el guiso mal. / La paella sin arroz, / ¡qué atroz! / Lo peor fue el otro día, / peló viva una gallina / y en el horno la metió. / Pasó un rato / y la gallina gritó: / ¡Fernando, Fernando! / o enciendes el horno o me pones las plumas / que me estoy helando.
Ella sigue el hilo y la entonación con mucha atención, y ahora que ya siente que lo controla, me mira muy seria y me dice que no, que yo no, que ella solita. Y a mí me da la risa ver cómo se esfuerza por repetir cada verso. Los finales los borda, eso sí.
Y en tanto que aprendemos las rimas, y casi cantamos cada estrofita, analizamos al cocinero, acentuamos cada despiste, y nos lamentamos por la situación de la pobre gallina, que tras un "más Mamá, más", vuelve a pasar resignada por el desplume y los fríos del metal.