Hubo un tiempo en el que Jorge y yo nos preguntábamos qué pensaba Teresa. Hablamos de unos meses atrás, cuando todavía no gesticulaba, ni articulaba un sólo sonido. En aquellos momentos lo interpretábamos todo, poníamos nuestros pensamientos en sus reacciones, mientras ella nos miraba con los ojos muy abiertos.
Fueron unos meses divertidos, de bromas, de juegos con ella y entre nosotros, que nos sirvieron para darnos cuenta de que nada de lo que imagináramos sería realmente parte de su imaginario, si no más bien de lo que nosotros pensaríamos estando en su piel, con nuestra experiencia de vida, con nuestra madurez.
Y cuando ha pasado esa etapa, porque ella ya reacciona más como una niña que como un bebé, la pregunta que nos ocupa ahora es: ¿y cómo será? Hablamos de su personalidad, de su relación con los otros, de su propia identidad.
Según nosotros lo vemos existen tres factores que influyen en lo que es y será su forma de ser. Por un lado está la primera infancia, con sus experiencias, las que nosotros tenemos con ella y las que ella experimenta con los demás. Por otro está la herencia, eso que viene predeterminado, que desde que nacemos está ahí, algunas veces más evidente y otras aletargado, esperando salir. Y finalmente está el medio, en el que nos movemos, donde vivimos...
Y con toda esta información miramos a Teresa y la descubrimos a ella. Con sus risas de cuatro dientes, con sus besos de labios prietos, y los otros que vuelan cada vez que alguien la mira. Con sus saludos a mano alzada por la calle, que despierta la sonrisa de todo con el que se cruza. Sus miradas de pilla, sus abrazos, su generosidad tras un gracias... Que nos adelanta una personalidad abierta, cariñosa y risueña, que nos encanta, aunque sabemos que con sólo un año, todavía queda mucho por descubrir.