A cumpleaños pasado hacemos recuento, y la suma nos deja con algunos interrogantes. Libros, un juego de construcción, otro de plástica, otro de té. Una moto de Minnie, un pequeño piano con cara de gato, puzzles, un peluche XXL, una muñeca, una cocinita y unas Converse neoyorquinas. Creo que no se me queda nada. Y sin que parezca un alarde, este inventario post fiesta, es más bien una búsqueda hacia la reflexión.
La semana antes de ese día 23, en el que celebramos cómo a todos nos cambió la vida, nos ocupamos de organizar su segunda fiesta de cumpleaños. Amiguitos, piñata, tarta, corona, y decoración. Después vino el - ¿y qué le regalamos?, que supuso un "vamos a estrujarnos la cabeza para dar con lo que de verdad le emociona".
Y aquí cada uno con sus teorías. Que si esto es lo que necesita, que si aquella vez vio esto y le encantó, que si cuando yo tenía su edad lo que me gustaba… y así una larga relación.
No quiero entrar en detalles, pero después de verla rodeada de papeles de regalo de colores, y de tantas cosas nuevas, comprobar su emoción y también su imposibilidad de dar a todo la debida atención, llegaron las preguntas - ¿necesita tanto?, ¿quizás un regalo hubiera sido suficiente?
Porque sabemos que durante estos primeros años está aprendiendo, explorando y empezando a percibir qué debe hacer y qué no. Y quizás ese querer educarla en valores, el sábado pasado hubiera necesitado un refuerzo.
Nada drástico, sólo un pensar más en bienestares futuros, en el valor de las cosas, en disfrutar con poco dejando los excesos. Pero como hay más oportunidades para enseñarle cómo, desde ya tomamos nota que sabemos que educarla será su mejor regalo.