Los inviernos son duros, por el frío, la lluvia, alguna nevada, pero sobre todo por los virus. Antes, cuando Teresa no estaba, los resfriados en mi vida tenían ese efecto de "todo el mundo dice que los ha visto, pero yo aún ni los he tentado" y ahora... ahora es un no parar.
Lo cierto es que los primeros meses han sido bastante buenos, pero estos últimos, cuando no son pitos son flautas. Así que muchas mañanas y ante la duda de unas décimas, un dolor de oído, o una tos repiqueteante, Teresa y yo nos ponemos en ruta hacia el Centro de Salud.
Nuestro Centro es de nueva edificación, así que nada que ver con esos lugares más bien sombríos por falta de iluminación natural, que a todos nos rondan cuando pensamos en la consulta del médico.
Muchas ventanas, un patio interior y no demasiada gente, hacen que este lugar nos resulte amable, y es mejor así, porque ya van cuatro veces en las últimas semanas, y no ha sido sólo por Teresa.
El caso es que ser centro es también desgaste, y a mí tanta dedicación me ha generado ese tipo de debilidad que necesita un tratamiento de 3 meses, y luego ya veremos. Caí en la cuenta después de descubrir que en años no había tenido nada, y en los últimos tres meses mi organismo está de lo más anfitrión, y no hay virus al que no invite a pasar y lo acomode durante unos días.
Puro hierro y muchas lentejas. Energía que se sumará a la que cada día me contagia Teresa. Eso y retomar rutinas con otra actitud, que la ferritina en los valores negativo te deja cuerpo de siesta permanente.