Aún recuerdo lo que sentí cuando Teresa empezó a ir a la guardería. Fueron semanas de pura angustia, de lágrimas, a las que le acompañaron sensaciones de abandono y de culpabilidad. Que así dicho suena terrible, y hasta que ocurrió así fue.
Pero tras el primer día, y comprobando cómo ella gestionaba todo aquel cambio sin dramas, incluso con alegría, llegó la calma y la reflexión. Porque la vida que hemos elegido nos obliga a pensar en plural, porque solos se hace difícil.
Nuestra responsabilidad es cuidarla, bien sea a través de sus abuelos, sus profesoras, o esas personas que elegimos concienzudamente para que se ocupen de ella cuando el trabajo obliga.
Cuidarla, que es buscar lo mejor para ella tratando de cubrir sus necesidades. Entendiendo que un no, más que una imposición es un instrumento, porque los límites enseñan. Descubriendo que en los demás tenemos herramientas, proyección y apoyos.
Y dos años han sido suficientes para comprender que como siempre, compartir es la clave. Lo descubrimos con María, con Aurora y Jorge, con Fini, con Teresa y Pepe, y ahora con Leticia, con Susana y todas esas personas que desde su mundo la ayudan a ser mejor, y a nosotros a entender mejor, experimentando la vida desde todas esas ópticas, que son mucho más que aprendizaje.
Al final un juego de superheroínas y de superhéroes sacados de la misma Marvel, pero esta vez con ayudantes de la talla de Robin, que hacen que toda esta aventura de ser padres tenga final feliz y muchas más emociones.