A junio le ha seguido julio y su cursillo de verano. Una dosis de piscina, actividades y la compañía de algunos de los amiguitos con los que Teresa ha compartido los últimos nueve meses, de 9:30 a 17:00, ahora con jornada reducida hasta las 15:00.
Y como los treinta y tantos grados tienen ese componente implícito de agua y de hacer fuera de casa, cuando el reloj marca el primer minuto después de las tres, para Teresa y para mí comienza la diversión,
Yo me hago planning de actividades, de cosas que hacer para no repetir, para no aburrirnos. Aunque esto último, lo del aburrimiento, es más algo mío que de ella, porque a Teresa casi lo que más le gusta es insistir en la acción.
¿Un clásico? La piscina. Es nombrarla y deja cualquier cosa que tenga entre manos para ir al "aua". Pero sacarla es otro cantar, entonado por noes y un enfado monumental, sólo superado por la diversión de la lluvia de la ducha.
Y este planificar diversificando, que implica buscar, esta semana tomó forma de parque de bolas y colchoneta hinchable. "De tres a doce años", ponía el cartel de entrada, aunque preveyendo el entusiasmo de los de menor edad, había uno de esos cuadriláteros, con grandes pelotas de goma, balancines, cilindros apilables, y un "tatán", o lo que es lo mismo, un tobogán, traducido de ese hablar suyo a media lengua.
Pero ni caso, porque el poder hipnótico que ejercía aquella piscina de bolas azules y blancas, no tenía comparación con nada. Y así acabamos sumergidas en plástico, rodeadas de niños curiosos y alguna niña que viendo la inestabilidad de Teresa, se ofrecía como guía y báculo para sus pasos.
Para nosotras un hallazgo del que disfrutaremos el resto del verano, y que se suma a los juegos de agua, y a esos bailes suyos de movimientos acompasados, animados desde el ordenador.