Decía Confucio, que si sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes, y llevaba razón, ya que lo que ocurrirá es que se disparará en ti un dialogo interior, muchas veces crítico, respecto a lo que podrías lograr y no tienes, lo que deberías estar haciendo y no haces, lo que tienes derecho y sin embargo no has intentado, y así un sinfín de afirmaciones, que lejos de hacerte sentir mejor, te van llevando cada vez más y más a emociones negativas y dañinas, pudiendo terminar en irritación y enojo.
Generalmente soportamos mejor el haberlo intentado y haber fallado, que el no haberlo intentado, ya que internamente existe una justificación de al menos haber hecho algo, pero cuando queremos algo y no lo intentamos, solemos ser muy duros con nosotros mismos.
Cuando llega el momento de dejar este mundo, personas como Elizabeth Kubler-Ross que ha acompañado a muchas personas en sus últimos momentos, nos confiesan que el arrepentimiento casi unánime es el de no haber intentado más cosas. Nadie suele quejarse de los fracasos en los intentos, nadie suele quejarse de arruinarse o cosas parecidas, pero sí de no haber entregado más, de haber arriesgado más, de haber apostado más.
Supongo que cuando estás a punto de perderlo todo, lo que cobra realmente valor son las experiencias vividas, aquellas a las que te has entregado porque creías en ellas. Y qué mayor entrega o propósito y dedicación, que buscar la forma de vivir tus sueños.
Dentro de muchos años, cuando estés en ese momento último, ¿de qué crees que te arrepentirás? aún estás a tiempo para cambiar las cosas, no esperes a mañana.