Corría como nunca antes en su vida había corrido y no porque huyera de nada sino porque algo huía de él, algo que debía permanecer guardado a buen recaudo y no salir a conocer mundo, corría porque era su responsabilidad guardar aquel tesoro y si no lo atrapaba a tiempo tendría que seguir corriendo eternamente... pero entonces sí, para huir.
El sol caía ya tras la bahía pero él no lo sabía, no se había dado ni cuenta porque no miraba por donde corría ni donde ponía los pies, llevaba la vista fija en un tipo alto y desgarbado, como mal terminado o, cuando menos, mal hecho que corría a cámara lenta pero que en cada zancada de sus largas piernas avanzaba más que el con media docena de las suyas ¡la buena esencia se vende en frasco pequeño! le decía siempre su abuela tratando de que su corta estatura no lo acomplejase ¡a los altos no les llega bien la sangre al cerebro! apostillaba después... Pero aquella tarde la buena esencia no era tal, era veneno (un virus), que también se vende en frasco pequeño porque de él no hace falta más; lo que no sabía era si a aquel tipo le llegaba bien la sangre al cerebro pero estaba seguro de que sí al corazón y a los pulmones porque por más que se esforzaba, aunque lograba mantenerlo a la vista, no conseguía recortar la distancia que lo separaba de él.
El vapor de su respiración, ya entrecortada, se colaba por los bordes de la mascarilla y por momentos le empañaba los cristales de las gafas, a ratos se las quitaba pero todo se volvía entonces bruma a su alrededor y tenía que voler a colocárselas sobre la marcha, hasta que se empañaban de nuevo; el tipo alto seguía corriendo sin esfuerzo y él no lograba recortar ni uno de los metros que lo separaban de él... la angustia comenzaba a apoderarse de su ánimo y hacía que respirar se le hiciese todavía más difícil. ¡Deténgase por amor de Dios! gritó; era la desesperación la que hablaba, la que se apretaba su garganta cuando vio al tipo saltar al interior de un coche; se giró sobre sus talones, hizo una reverencia con el frasco robado (el bacilo, el virus...) en su mano, entró en el coche de un salto y el vehículo salió disparado en dirección a quién sabe dónde.
Miró con angustia a su alrededor buscando un taxi, no había ninguno, no había nada ni nadie por la calle, además del sol había caído ya el toque de queda... miró del nuevo al coche del que no veía ya a apenas nada, los faros traseros... ¡la matrícula! ¿¡cómo podía haber sido tan estúpido para no fijarse en la matrícula?! ya no podía verla... ni con gafas de visión nocturna podría...
Sudaba a mares, su ropa estaba empapada, incluso las sábanas estaban mojadas... Se sentó en la cama y trató de ordenar sus ideas ¿qué diablos había estado soñando para sudar de aquel modo, para sentir tal angustia? se dio cuenta de que no hacía calor en la habitación, es más, el ambiente era más bien frío; se dio cuenta de que se había dejado la ventana entreabierta y eso ya en noviembre era una temeridad.
Mientras cerraba la ventana y veía la calle desierta el sueño comenzó a estar más claro en su cabeza y rompió a reír... se había quedado dormido justo después de leer 'El Bacilo Robado' de HG Wells y el potaje que había hecho entre la realidad y el cuento le confirmaba que la prudencia que la noche anterior lo había llevado a Wells dejando a un lado a Stoker y 'El Huésped de Drácula' para una velada menos terrible, no había sido mera superstición, correr con el científico loco tras el bacilo robado (aunque a él no lo persiguiera a su vez una bella señora... ¡lástima!) era una cosa, vérselas cementerio adentro con la vida y la muerte una noche de Halloween como huésped de Drácula hubiera sido mucho peor.
Todavía con la risa pintada en la cara deshizo la cama y se dio una ducha sabiendo que le esperaba en la cocina una fastasmagórica tarta de chococolate...