The Sunday Tale

Verdades

Érase una vez una historia en la que las mentiras corrían con sus patitas cortas mientras las verdades avanzaba con sus patas largas.

La abuela Ariana ocupaba su rincón de siempre y tejía, entrecruzaba lanas de colores y hacía bufandas, gorros, manoplas y calcetines; y, mientras lo hacía, los pequeños jugaban a su alrededor como si no percibiesen su presencia, como si ella no tuviera ojos para ellos cuando, en realidad, era toda oídos y sus oídos eran suyos.

Jamás intervenía en los enredos de los niños, tan solo elevaba la vista de su labor cuando el tono de los juegos subía en exceso, cuando los trucos de los unos y las mentiras y verdades de los otros alteraban el ambiente más de lo razonable en juegos infantiles; cuando los niños sentían su mirada en el cogote callaban mientras ella les sonreía agradeciendo su obediencia.

Ariana era una vieja profesora que aun a pesar de llevar ya más de 20 años lejos de las aulas, mantenía intactas sus habilidades, su intuición se encendía cuando algún gesto o alguna palabra delataban a su experiencia algo de lo que merecía la pena preocuparse, no ocurría casi nunca porque con todos sus quehaceres y labores, con sus deberes, sus juegos a veces complicados, sus verdades y sus mentiras piadosas y con sus amigos más locos, sus nietos eran niños sanos y vitales por dentro y por fuera, eran nobles y las preocupaciones que regalaban a sus padres no iban un paso más allá de las que cabía esperar y por eso las frases más repetidas en aquel salón eran las clásicas: átate los zapatos, abróchate el abrigo que nos vamos, recoge los juguetes, ¿has hecho los deberes?, no grites, presta atención, cómete el pollo...

Pero aquella tarde algo llamó la atención de la vieja profesora Ariana, era la pequeña Daniela, estaba cabizbaja y enfurruñada, su mirada era esquiva, no quería jugar ni merendar, a ratos sus ojos se anegaban en lágrimas que nunca llegaban a rodar por su rostro pero la pequeña no hablaba, sólo veía dibujos...

Fue la madre de la pequeña quien se sentó junto a ella y trató de hablarle, quien ante su testarudo silencio se acomodó a su lado y la abrazó callada, quien se convirtió en refugio y consuelo de aquel pequeño corazón atormentado. Ariana tejía y dejaba escapar a ratos su mirada sobre las gafas para ver a la niña sintiendo el consuelo de su madre como un bálsamo. Así estaba bien, pensó, y siguió tejiendo.

Al caer la tarde, las palabras volvían a revolotear por el salón y la pequeña Daniela era ya objeto de todas ellas, no había entonces nada esquivo en su mirada, sólo su inocencia herida y su búsqueda de razones; a Ariana le bastaron pocas palabras suletas y alguna frase completa que llegó hasta su rincón de tejer para imaginar de qué aventura había sido protagonista su pequeña Daniela. -Mira- resumió Mario, el hermano mayor de Daniela, la situación -te tienen envidia y ya está. Y eso es bulling pero no les hagas ni caso-.

Aquella explicación no le servía del todo a Daniela, tal vez explicara lo ocurrido pero ¿qué haría al día siguiente? ¿qué sucedería cuando al día siguiente Adriana y Raquel concitaran la atención de todos, cuando se viera de nuevo sola y objeto de miradas y medias sonrisas que no entendía? -me miran como si tuviera un lamparón en la camisa mamá o como si estuviera desnuda o algo así, se ríen de mi... tengo pena- reconoció la pequeña -y un poco de miedo mamá- añadió.

-Uy no- la voz de Ariana sonó alta y clara desde su rincón de tejer y el silencio se adueñó del cálido salón porque cuando la vieja profesora hablaba, todos le prestaban atención. Se levantó y se acercó a Daniela -pena sí- dijo -la verdad es que es una pena cuando los niños se comportan así, sólo los niños infelices hacen esas cosas y, es verdad, es una pena- Daniela miraba a su abuela totalmente desconcertada pero no dijo nada, siguió escuchando -pero miedo no, cariño, no eres tú quien tiene miedo, son ellos- la pequeña negó suavemente con la cabeza y reconoció en un hilo de voz -sí que tengo miedo, abuela-, Ariana sonrió y continuó -no, no tienes miedo, lo que sucede es que sientes el miedo que ellos tienen de ti y eso te confunde-.

-Ahora sí que estoy confundida, abuela- confesó Daniela, a lo que Ariana respondió con un gesto afirmativo y una sonrisa -lo sé, pequeña- dijo -pero déjame que te explique... aunque no lo creas, son ellos quienes te temen a ti y lo hacen por una sola razón, porque tú eres de verdad, tal vez no seas la más guapa de la clase ni la que tiene el pelo más bonito, no eres la que saca las mejores notas, ni la más popular, puede que tampoco la más divertida pero, sin ser todo eso, tú eres de verdad, si algo te gusta lo dices, si quieres hacer algo lo haces y, aunque no te salga bien, sonríes, te diviertes, te esfuerzas, eres curiosa, prestas atención a todo... y sí, te tienen miedo porque la verdad siempre deja en evidencia a la mentira ¿recuerdas cuando eras pequeñita y mamá te decía que la mentira tiene las patas muy cortas?- la niña sonrió y movió afirmativamente la cabeza -pues de eso se trata, Daniela, tú tienes unas piernas muy largas que te llevarán muy lejos porque, aunque te tropieces, seguirás caminando y lo harás además con una sonrisa, en cambio las patitas cortas, aunque sean más bonitas o más fáciles de mover, no irán nunca muy lejos-.

-¡Y por eso tratan de poner la zancadilla a las patas largas!- interrumpió Daniela emocionada a su abuela, ahora por fin lo entendía... -eso es- le confirmó Ariana -así se aseguran de que ganan siempre- Su abuela la miró entonces directamente a los ojos -las patitas cortas, Daniela, jamás ganan a las patas largas... salvo que las patas largas se dejen ganar-.

-Ja!- exclamó Daniela saltando de la silla y mirando sus piernas -no te preocues abuela, mis piernas son lo bastante largas!-.

Ariana volvió a su rincón de tejer y retomó la bufanda de colores en la que estaba trabajando sabiendo el mundo no había cambiado tanto en los últimos 20 años, la mentira seguía intentando conquistarlo y la verdad, siempre eterna y testaruda, repeliendo sus ataques, así había sido siempre y así seguiría siendo... salvo que el miedo a la mentira rindiese a la verdad. Y eso, a Daniela, no le iba a ocurrir. Tenía las patitas largas.

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