The Sunday Tale

Una cajita de sueños

O el recuerdo perenne de tus más íntimos anhelos.

Amanecía un domingo de desvelos y pereza teñido de cierto cansancio e incluso hastío; se regaló una larga y cálida ducha tratando de alejar de sí el deseo de envolverse en lana y no moverse; y es que aquel domingo, sería la tensión o la quietud, sentía dolor en músculos cuya exitencia desconocía.

Afrontaba con una taza de café una batalla más de la lucha sin cuartel que libraban siempre cuerpo y mente: ella tirando de él en puedos y sueños, él a veces a su ritmo y otras derrumbándola a ella en sus deseos. Era aquel un domingo en el que el cuerpo ganaba... hasta que vio colarse unos rayos de sol por la ventana, y es que frente al sol, el cuerpo se rendía.

Abrió el salón de par en par -puertas, cortinas y ventanas- permitiendo que el sol y el frío avanzaran por su vida libremente, adueñándose de toda sensación y librándola así de aquel temible hastío que no la llevaba a más destino que a una suerte de pantano de la tristeza, uno en el que todo ímpetu moría igualando a las personas por su ser más bajo, instalando en ellas la versión mediocre de sí mismas y convirtiendo así el mundo en un lugar sin pena ni gloria.

Sonrió al ver aquella pequeña cajita sobre la mesa del salón, la tomó entre sus manos y, mientras se ponía su segunda taza de café, dejó que su mente divagara alrededor de aquella caja que era nada y era todo, su vacío era ausencia de algo y plenitud de todo lo demás.

Era aquella su cajita de sueños y era pequeña porque nada ocupa menos espacio en la casa y más en el alma que un sueño; por aquella caja vieja habían pasado muñecas de porcelana, colecciones de libros, bolsitas de chocolates, viajes de ensueño, algún coche de verdad y otro de mentira, besos perdidos... todos ya sueños cumplidos; y a pesar de tanto vivido, quedaban todavía anhelos por cumplir porque esa es la esencia de la vida, y ella sabía que el día que tomara aquella caja entre sus manos y la sintiera realmente vacía, habría muerto por más que el muerto siguiera en pie, como dijera Bécquer.

Claro que había días como aquel domingo en los que el hastío asomaba la cabeza, y esos días se sentía tentada a arrimarse a buena sombra y olvidar otras guerras dejándose llevar por quienes piensan que 'la vida es así' o quizá, en un alarde de energía liberada, optase por unirse a los que gritan y patalean porque salga o se ponga el sol.

Pero el tiempo del domingo pasaría, el sol se llevaría el hastío y la devolvería a su realidad, la de su cajita de sueños por cumplir; se abstraería y no oiría los 'no es posible' ni los 'total para qué', se quedaría con su 'puedo' y los 'no lo dejes' empeñándose en sacar más sueños cumplidos de aquella cajita para llenarla de nuevo con otros por hacer.

Y viva la vida, pensó...

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