Asomarse al borde de aquella piscina era como hacerlo al abismo de su vida, como mirar hacia delante sin saber si hay futuro o tan solo una caída libre al infinito; claro que en aquel rincón del mundo, bajo aquel sol y en aquel tiempo, nada importanban los abismos ni el futuro.
Y es que eran aquellos días tiempo de placer, tiempo en el que se deja a la vida rodar a su aire y a su ritmo mientras se dedica uno en exclusiva al arte de vivir el placer en alma y piel; y no era tarea fácil, al principio, porque podían los deberes a los quiero y sucede que éstos caen a los pies de los caballos; claro que, pasados los principios titubeantes, llegan los presentes y futuros a los que el cuerpo se hace al instante en el placer; inmortalizó más de un momento y más de un cielo e hizo lo propio consigo misma para dejar constancia por imagen del delicioso surtido de bikinis que había elegido para aquel placer y aquel viaje.
Eran días alegres y elegantes llenos de momentos sentidos en todos sus matices, en sus sabrosos bocados ecuatorianos, en tejidos coloristas y geométricos de aire vanguardista y también en prints florales no menos ocurrentes e innovadores; era la hora de navegar sin rumbo, orden ni concierto y el momento de atreverse al mayor de los descaros si en él cifraba una risa o al menos un buen rato; la vida aquellos días era mágica como lo eran los sueños y también las ilusiones que viajaban prendidas a ellos... Sonaba música al fondo, una melodía conocida, suave y elvolvente...
Claro que la música era del equipo de su salón y aquel viaje de aquellos días no era más que una aventura imaginaria que no había podido evitar hilar a la vista de su magazine de cabecera aquel domingo. Se sirvió un té todavía con las sensaciones buenas que regala siempre alejarse por un rato de uno mismo y sus abismos para olvidar lo cuestionable y quedarse tan solo en el placer de sentirse y darse el gusto.
Volvió al sofá y a sus lecturas relajadas de domingo, a darse -y esta vez no de modo imaginario- el lujo de saberse en casa y de sentirse bien apuntando con tinta indeleble en su memoria que los domingos serían, de ahí en adelante, el tiempo del placer.
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