Compró el Bistrotheque por impulso y apenas se había concedido ocasión para lucirlo pero París era, sin duda, el lugar … Guardó en él a Houellebecq para llenar sus tiempos de aeropuerto y ánimo inquieto de belleza y emociones ajenas … sonaba The Bright en el salón, subió el volumen antes de abrir el armario para dedicar unos minutos a su maleta …
Cómoda para el vuelo, casual para pasear París, elegante para sentir su noche … y siempre sorprendentemente sensual para él … verdes, blancos, negros … seda, algodón, lana, vaqueros … y flores en los pies … así era ella, una mezcla inquieta de estilos y colores … especialmente aquel día, envuelta más que nunca en su entropía …
Cerró los ojos olvidando cada quehacer, cada obligación impuesta por la vida o por sí misma … y se dejó abrazar por lo que quedaba tras ello … sabía bien que lo que quedaba era su esencia, su ser … su querer, su amar y sus anhelos, esos a los que unas veces apenas si logra uno acercarse y otras … otras los sientes en la piel, son esos momentos en los que te envuelve una niebla fresca y suave … está en tu piel, en tus ojos, en tu silencio y en tu voz … es tu aroma y tu sabor … y no hay nada más … hasta que intentas atraparla y se escurre entre los dedos … y amanece … y el sol te lleva de nuevo al quehacer …
Flirteando ya con los 40 recordó aquello de “sentar la cabeza” y decidió que no la sentaría nunca, que ni tan siquiera volvería a verbalizar tal sentencia jamás … Sentar la cabeza es, al fin y al cabo, ordenar y mantener el orden … que el orden y concierto ocupe los espacios y la entropía se esconda tras y bajo la perfecta estructura, sostenida en un punto por los pilares de la vida … para que el día menos pensado y más inconveniente, salga de bajo la alfombra y lo inunde todo, arrasando contigo y tu estructura como la ola perfecta … cuya inmensidad es sólo soportable por quien se atreve a navegarla … Nadie que haya sentido su entropía puede renunciar eternamente ella …
“Haz de tu vida un sueño … y vívelo” porque la vida no es más que eso … un sueño en duermevela … No era un propósito ni una frase hermosa, era un sentir, el suyo.
Ahora sabía que él no era su entropía, sino en ella … cifrar en él sus sueños fue su error y ahora, con la distancia del tiempo y la calma de la tempestad, entendía que el error de él fue el contrario al suyo, por eso nunca llegaron a entenderse … él olvidó que su entropía sin ella … no era.
Tuvo entonces la certeza de la suerte … la fortuna de haberse cruzado en su camino con alguien tan lleno de aristas como ella … enfrentando siempre sus cóncavos frente a sus convexos con un acomodo perfecto; el uno sin el otro eran sólo seres errantes en busca del sentido de la vida, nómadas sin fin, camino de un sueño que no existe … y juntos eran, porque cuando se miraban, quedaba su ser desnudo frente al otro … y caía la niebla enredándolos y enredándose con ellos … era el abrazo de un sueño, de una sola vida … la que ambos ansiaban abrazar en París y sentir por siempre en cada día y sus momentos …
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