Cuando las semanas eran intensas, cuando estaban llenas de noticias que daban la vuelta a la vida como a un calcetín, cuando el mundo parecía convertirse en una suerte de teatro en busca de un gran desenlace, cuando el lunes no se parecía a su viernes ni en uno solo de los minutos que por ellos transcurrían, cuando las novedades eran tantas que no había apenas tiempo de entenderlas, mucho menos de asimilarlas, entonces el domingo se convertía irremediable (y placenteramente) en un día de periódicos y papel porque era ahí, en el papel del periódico del domingo con todos sus suplementos, donde el periodismo iba un paso más allá de la noticia y la novedad, donde recapitulaba todo lo sucedido en la semana e iba más allá de todo ello caminando hacia atrás en el tiempo para tratar de explicar cómo hemos llegado a ese domingo en el que, entre nubes y claros, el sol no acababa de asomarse a la tierra y caminando también hacia el futuro en un ejercicio de deducción lógica que tenía a veces más de deseo, temor y adivinación que de realidad.
Bajó a la calle y, después de comprar los croissants con los que pensaba acompañar su primer café del domingo, se acercó al kiosko; allí la esperaba aquel viejo vendedor de periódicos siempre con una sonrisa y un saludo alegre, nadie pasaba cerca de su kiosko sin que el buen hombre levantara la voz y la mano y regalara alguna palabra amable a sus vecinos; la vio venir y cruzar por el paso de peatones, la saludó mirándola por encima de sus gafas y entró con paso rápido en las bambalinas de su kiosko -¡éste es el gran teatro del mundo!- exclamaba siempre señalando hacia el mundo de periódicos y revistas que ofrecía en su kiosko -y entre sus bambalinas estoy yo- añadía sonriendo desde su interior.
Ella dio los cuatro pasos que la alejaban todavía del kiosko y, cuando estaba a punto de ponerse a recolectar periódicos para llevarse a casa el sesudo análisis de la realidad de lo más destacado del periodismo patrio, alguien la llamó desde el interior oscuro del kiosko para ofrecerle el lote ya hecho -'sabía que hoy vendrías a por todos'- dijo el hombre mirándola por encima de la montura de sus gafas y sonriendo orgulloso del buen conocimiento que tenía de su clientela... Ella le devolvió la sonrisa, pagó su lote de periódicos y se comprometió a volver para compartir con él sus opiniones porque el ejercicio al que se disponía a dedicar aquel domingo lo hacía aquel buen hombre cada domingo de madrugada, cuando llegaba a su kiosko para colocar los periódicos del día y prepararse para la mañana de más intenso trabajo de la semana.
Caminó con paso rápido hacia su apartamento porque el tono gris del día y el poco sol que se colaba entre las nubes y los claros del cielo no presagiaba primavera ni verano sino más bien otoño y lluvias por más que el calendario se situara ya en pleno mes de junio; ya en casa se preparó un café caliente lamentando que el tiempo no acompañara para que fuese el primero helado de la temporada cálida y con él y su pequeña bolsa de croissants, después de haber encendido la vieja cadena de música, se acomodó en el sofá frente a su lote de periódicos del día -el gran teatro del mundo, he aquí el gran teatro del mundo-, pensó recordando al viejo vendedor de periódicos.
Le gustaba el tacto del papel, incluso el de papel de periódico, también su olor (por extraño que pudiera parecer) y se preguntó si sería eso signo de cierta resistencia hacia lo nuevo, levantó la vista y vio sobre la mesa del salón su teléfono y el portátil, vio también el ebook sobresaliendo de su bolso y el ipad (entro otros gadgets) tirado un asiento más allá de ella en el sofá; no, no era resistencia, no siempre era necesario renunciar a lo viejo para abrazar lo nuevo y el domingo tenía mucho de reducto de lo viejo y lo tendría siempre, siempre que lo viejo supiera reinventarse y aportar... pero esa era otra historia. Aquel domingo la historia iba de política y ¿qué mejor que pasearse los diferentes periódicos, cada cual con su línea editorial, para sacar sus propias conclusiones?.
Un editorial por aquí, otro por allá, uno que destacaba ésto, otro que daba más importancia aquello... y entre columna y noticia, entre editorial y comentario, comenzaba a dibujar en su cabeza su propia visión de la semana, de la realidad de la vida y sus cambios, de los errores y los horrores, de los miedos y los riesgos pero también de las oportunidades (de las perdidas, de las que estaban por venir y sobre todo de las que sería necesario crear).
Miró a su alrededor y sonrió ante la imagen de periódicos desperdigados a su alrededor, sintió una punzada de hambre en el estómago y miró el reloj... se le había pasado la mañana entre letras, opiniones y papeles sin darse apenas cuenta, eran las tres de la tarde. Se acercó a la ventana y vio que había dejado de llover, los claros pugnaban por ganar a las nubes en su particular lucha por el sol, las nubes lo querían sólo para ellas y los claros para compartirlo con la tierra, cierto era que las nubes eran generosas en agua mientras los claros eran desérticos pero, después de toda el agua caída en los últimos meses, ella lo tenía claro, iba con los claros; decidió confiar en ellos y salir a comer.
Saludó al hombre del kiosko, que hizo un gesto interrogativo con la cabeza, ella se encogió de hombros, sin atreverse todavía a verbalizar sus opinón después de la lectura de los periódicos; el hombre le hizo entonces un gesto para que se acercara, cosa que ella hizo: -te llevo ventaja- dijo el hombre -yo los leí hace horas- añadió señalando a los pocos, poquísimos, periódicos que todavía no había vendido -pero te diré una cosa- comentó a modo de secreto e intriga -la vida es puro teatro... ¿y si ha cambiado todo para que nada cambie? eh? eh?-.