Recorrió los pasillos de la vieja relojería con andar pausado y gestos romos, dejándose llevar por el sonido imperante en aquel rincón del mundo –un tic tac continuo sólo roto a las horas en punto por el reloj de cuco-.
Todos los relojes estaban en hora, todos recorrían el tiempo a un son acompasado y firme recordándole lo finito de su tiempo frente a la infinitud del propio tiempo.
Acarició un antiguo reloj de bolsillo, que le recordó al apresurado conejo de Alicia en el País de las Maravillas arrancándole una sonrisa, y continuó su paseo temporal por unos y otros pasillos, descubriendo piezas clásicas junto a otras mucho más modernas pero todas igual de bellas y útiles, igual de implacables.
Y es que el tiempo era así, discurría ordenada y firmemente hacia delante, minuto a minuto, segundo a segundo, sin piedad; el mundo podía girar y hasta dar vueltas de campana, arder en cruentas guerras y en el amor más apasionado, que el tiempo seguiría su camino incluso después del propio mundo…
Tal vez fuera por eso que le gustaban tanto los relojes, porque eran pequeñas maquinarias perfectas que medían lo único eterno y constante que había encontrado en su vida, el tiempo. Y entonces comenzó a sentir cierta sensación de ahogo, casi de angustia; buscó la puerta de la tienda con la mirada y guió sus pasos hacia ella.
Salió a la calle, dejó que el aire frío se le colara hasta los huesos y caminó unos pasos alejándose de la relojería; respiró profundamente y giró la cabeza para ver, ya a cierta distancia, el escaparate de la que había sido durante su tienda favorita desde que tenía memoria.
‘Nada hay eterno para el hombre, ni puede tener fin la inmensidad’ recordó aquellos versos de Rosalía cargados de sentido y de sentir y en aquel preciso instante supo que el tiempo no era un invento tan perfecto ni aunque lo midiera el mejor de los relojes; había una palabra que, de haber sido el tiempo un sistema o un robot, sería sin duda su anomalía: siempre. Porque la palabra siempre, incluso cuando es hasta siempre, conjura la eternidad de las cosas llevándolas a esa inmensidad sin fin que es el recuerdo y ahí el tiempo no discurre, ni tan siquiera existe, ahí nos encontraremos… siempre.