Todavía no había salido el sol y tardaría al menos dos horas en hacerlo, pero ella no lograba conciliar de nuevo el sueño tras haberse despertado con la angustia que dejan tras de sí los sueños locos y, en ese duermevela, trataba de recordar cada secuencia de su pesadilla con la intención de revelar su significado...
Había sido el suyo un sueño de cuentos, en realidad no recordaba como había empezado pero imaginaba que tendría algo que ver con haberse dormido pensando en cuentos; en su sueño Alicia compartía rostro con el conejo de la suerte e incluso con la reina de corazones en el País de las Maravillas; no importaba cuánto corriese la niña para huir de los malos en busca de los buenos, la perseguía su rostro y perseguía a su rostro, mirase donde mirase eran sus ojos los que le devolvían la mirada... y eran los mismos ojos en el apresurado conejo de la suerte que en la maliciosa reina de corazones.
Los buenos, los malos y los indiferentes se convertían así en la misma persona, en el mismo momento y con el mismo rostro, los universos amables y los oscuros se fundían y se confundían en una nueva realidad que no alcanzaba a comprender.
Aceptó finalmente su incapacidad para conciliar de nuevo el sueño, se levantó y se preparó una taza de chocolate caliente; se sentó en la cama y, mientras dejaba que fuera el chocolate el que la reconfortara, pensó de nuevo en lo absurdo de su sueño.
El rostro dulce de Alicia era el mismo que el de la endemoniada reina de corazones al gritar ¡qué le corten la cabeza! ... y era también el mismo que el del estresado conejo de la suerte que corría tras el tiempo como alma que lleva el diablo y eso era algo que, más allá de ser posible o imposible, era aterrador ... ¿cómo podía un rostro transformarse de tal modo sin dejar de ser él mismo?
Pero sabía que lo imposible era sólo que un rostro se multiplicase, no a la inversa... no que un rostro multiplicase sus expresiones hasta el punto de transformarse haciendo de su dueño una cosa y la contraria. Esos pensamientos la llevaron a cambiar de cuento, a recordar al Lazarillo y sus tretas, a los pícaros y sus ocurrencias que no dejaban de ser a veces incluso simpáticas, lo eran al menos hasta que se zambullían en el mundo de la hipocresía y otros talentos oscuros...
¿Era el mundo tan confuso como su sueño? ¿se habían fundido en la realidad los estractos del comportamiento humano hasta hacer de lo bueno malo y de lo malo bueno, hasta conseguir que todo fuese lo mismo, que nada importara realmente y que diese exactamente igual ocho que ochenta?
No. Se respondió sin dudar, sin darse opción a réplica y sin querer pensar en ello. La respuesta era no porque tenía que serlo... porque el único modo de hacer cierto ese no consistía en vivir como si ya existiese porque así, y no de otro modo, la realidad buena se impondría sobre los pícaros y sus tretas. No sería difícil, tal vez duro y también cansado pero no difícil... lo difícil es tener que elegir un rostro para cada día, para cada momento o para cada ocasión y hacerlo sin confundirse...