Los domingos de otoño solían estar teñidos de nostalgia, tal vez fuera su luz, los tonos tostados de los árboles de hoja caduca o la ausente calidez, tal vez fuera la brevedad de las tardes y también los domingos en sí mismos, un día nacido para ser fiesta que era, en realidad, el preludio de una nueva semana cargada de quehaceres y planes, de sorpresas a veces dulces, a veces amargas.
En realidad, era el primer domingo en el que el frío parecía colarse por las ventanas y por eso la luminosidad del día no acababa de tentarla, decidió regalarse un día de hogar, manta y sofá, no sin antes pasar por la cocina y preparar un delicioso bizcocho de arándanos que sería su alegría de cada mañana en la semana que comenzaría al día siguiente.
Revolviendo en los cajones en busca de un par de papeles perdidos, le sucedió lo que tantas veces, no encontró lo que buscaba sino algo que apenas recordaba haber guardado, era su caja de fotos y, al verla, se sintió mayor. Recordó como antes colocaba sus fotos en álbumes e incluso las comentaba, recordó como un día dejó de hacerlo, y recordó la caja de fotos viejas que guardaba su madre en el salón... Tal vez se estuviese haciendo mayor o tal vez, al cumplir años, su empeño de mirar siempre hacia delante y nunca hacia atrás fuese todavía mayor.
Se preparó un café y se sentó en la alfombra con la caja entre sus manos, la abrió y comenzó a esparcir fotos por el suelo.
Se encontró a sí misma cuando todavía llevaba coletas, a su hermano enfurruñado como solía estar cuando había fiesta y no era su fiesta, a sus amigas del colegio, a sus compañeras de batallas en la facultad, lo vio a él y, foto a foto, vio gran parte de su vida recogida en instantes sueltos.
Cuando la caja estuvo vacía y su café ya frío, repasó de nuevo las fotos sin atreverse a tocarlas, como si no quisiera devolverlas a su caja; fue entonces cuando se fijó en algunos rostros que apenas recordaba, cuando se dio cuenta de como el tiempo cubría con el manto de su calma los acontecimientos de una vida, incluso sucesos que en su día parecían tan intensos como para cambiar el mundo para siempre, vio caras que le arrancaron una sonrisa y la promesa de hacer una llamada, la de poner fecha a un café prometido meses, años incluso, atrás, vio también caras que fueron en su día decepciones y otras, pocas, muy pocas, que no quería volver a ver jamás.
Fue recogiendo las fotos una a una, con cierta pereza y, cuando metió la última en la caja, pensó que era cierto, 40 años es, con suerte, media vida y en media vida caben muchas emociones y alegrías, muchos sueños, muchas aventuras, grandes momentos, otros terribles y caben también tristezas, decepciones e injusticias... Lo que no cabe, pensó tapando la caja y devolviéndola a su cajón, es dejarse arrastrar por la nostalgia ni por el lado oscuro de la vida, cabe mirar siempre hacia los sueños y trabajarlos siempre con sus propias manos como si no hubiera mañana... y eso aunque el día oliese a nostalgia, aunque lloviera intensamente, aunque fuese otoño, aunque fuese invierno...